La evolución del hombre: La hipótesis del cazador by Robert Ardrey

La evolución del hombre: La hipótesis del cazador by Robert Ardrey

autor:Robert Ardrey [Ardrey, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias naturales
editor: ePubLibre
publicado: 1978-01-01T00:00:00+00:00


La ley no dice ni ha dicho nunca que un hombre atacado en su propia vivienda esté obligado a retirarse. Si es atacado en ella, puede permanecer y resistir el ataque. No está obligado a correr por los campos y los caminos, a ser un fugitivo de su propio hogar… Se huye en busca de un santuario y un refugio, y el refugio, ya que no el santuario, está en el hogar.

En 1962, el Instituto Norteamericano del Derecho comenzó a elaborar una recomendación para unificar los diversos códigos legales de nuestros cincuenta estados. Cuando el Instituto llegó a este punto, como ya había hecho la ley inglesa, admitió que, en la autodefensa, el empleo de la violencia mortal está justificada si hay amenaza y la retirada es imposible. Pero también admitió que el «actor» no está obligado a retirarse de su morada, a menos que se demuestre que fue el agresor inicial. Según Brett, se aceptó la recomendación sin argumentos, como algo que «va de suyo». En los acres términos de Brett, si bien todas las recomendaciones a los diversos estados fueron discutidas y aceptadas sobre bases «racionales», hay poca duda de que las conclusiones legales reposaban sencillamente en nuestra aceptación subconsciente de la ley biológica animal conocida como el imperativo territorial.

Fue así como una antigua ley animal, la defensa del espacio exclusivo, fue revivida por un primate que invadió la vasta sabana africana. Teníamos nuestros problemas de primates: pies lentos, cría de crecimiento lento, etcétera. Los resolvimos, pues de lo contrario no habría habido un Homo sapiens heredero. Resolvimos los problemas a través de la vida y la muerte, la extinción de una población, la supervivencia de otra, el superior equipo genético mediante una larga selección de unos, con la desaparición de otros. Los huesos fósiles dejan un testimonio ambiguo. Sólo podemos especular sobre las diferentes concepciones del mundo de los variados seres con cerebros de mono que contribuyeron a nuestra herencia genética o no lograron contribuir a ella.

Lo que podemos conjeturar con alguna base es que el macho, al contemplar desde lo alto de una colina el espacio africano similar a Texas, lo vio de cierto modo; y la hembra, al contemplar las travesuras de sus niños en una perspectiva geográfica muy diferente, lo vio de otro. Debo repetir una y otra vez que si el macho y la hembra, cada uno a su manera, no hubiesen vuelto a encender el fuego del antiguo imperativo territorial, el ser humano no existiría.



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