La Europa dividida, 1559-1598 by J. H. Elliott

La Europa dividida, 1559-1598 by J. H. Elliott

autor:J. H. Elliott [Elliott, J. H.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Referencia, Ciencias sociales, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1967-12-31T16:00:00+00:00


VIII. ¿UN CAMINO INTERMEDIO?

POLONIA Y EL OESTE

La política de represión religiosa en Francia y en los Países Bajos estaba fracasando visiblemente. Las guerras y las matanzas no habían acercado la solución del problema político más agudo de la época: el de cómo preservar la autoridad de la corona y la cohesión del Estado en un momento de lucha confesional. Felipe II en los Países Bajos y Catalina en Francia pudieron haber tropezado más directamente con este problema que algunos de sus colegas, pero la reina de Inglaterra y el príncipe de Transilvania se vieron no menos afectados por sus complejidades. Por toda la Europa de la década de 1570, los reyes y sus ministros buscaban, con diferente grado de habilidad y de éxito, ese evasivo punto de equilibrio entre las pretensiones rivales de conciencia, autoridad y orden público que podía proporcionarles un respiro ante los disturbios de su época.

El fracaso de la represión en 1572-1573 aceleró inevitablemente el interés por encontrar posibles soluciones diferentes al gran dilema. En algunos círculos, especialmente en la corte imperial, el movimiento por la reunificación confesional, que se remontaba a los días de Erasmo, tenía todavía fervientes devotos; y en algunos momentos, en las últimas décadas del siglo, sus aspiraciones conciliadoras aletearon inesperadamente. Sin embargo, como iban a demostrar las experiencias alemana y sueca, el clima era poco propicio para un efectivo movimiento ecuménico. Parecía que una religión sincrética, aunque ejerciese un encanto pasajero sobre un puñado de espíritus enrarecidos, dejaba impasible a la masa del clero y del laicado europeos. La única alternativa frente a la reunificación confesional —además de la represión— era la coexistencia. Pero ¿era esta deseable? y, si lo era, ¿podría lograrse alguna vez? Había un país que podía quizá facilitar la respuesta, un país que por medio de un percance dinástico había acaparado la atención de Europa. Quizá en el ejemplo de Polonia residiese alguna lección para la Europa occidental.

El percance que precipitó repentinamente el interés occidental por los asuntos polacos fue la muerte de Segismundo II Augustus, sin heredero, en julio de 1572. Aunque el trono polaco era electivo, la corona había pasado sin serias dificultades durante las dos últimas centurias de un miembro a otro de la dinastía Jagellón. Pero ahora la dinastía se había extinguido en su línea masculina, y la elección no podía ser solo algo más que la habitual formalidad. Sería también un acontecimiento de un interés más que doméstico, pues ningún candidato, sin importar la nacionalidad, fue excluido, y la década de 1570 resultó ser un periodo de jóvenes príncipes pretendientes —Anjou, Alençon; don Juan de Austria y el archiduque Ernesto, hijo del emperador—, ambiciosos de una corona y de un pedazo de territorio del que pudiesen llamarse dueños.

Por tanto, no había escasez de candidatos, sino que había donde escoger. Las rivalidades internas entre los magnates polacos eliminaron pronto la posibilidad de que el próximo rey de Polonia fuese un nativo, aunque el problema de la filiación religiosa del nuevo monarca no se resolvió tan fácilmente.



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