La estación del pantano by Yuri Herrera

La estación del pantano by Yuri Herrera

autor:Yuri Herrera [Herrera, Yuri]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2022-01-01T00:00:00+00:00


CUATRO

Esta gente tiene criaderos de gente capturada al nacer.

Esta gente pone a sus hijos, a sus propios hijos, en engorda, para venderlos.

Esta gente, conforme avanza el año y aumenta el calor, se vuelve loca de miedo y huye, cree que regresará la epidemia que en el 53 dejó montones de cadáveres mal cubiertos sobre la tierra y racimos de huérfanos deambulando por las calles. Vámonos, que ya viene, dicen, como si la epidemia no fueran ellos.

—Tienen que irse —dijo Thisbee, no con la firmeza con que lo decía a los clientes que no sabían largarse después de comer, o los que creían que pagar por un café les compraba el derecho a quedarse a estorbar; entonces les decía, con glacialidad jefa, Tienen que irse.

A ellos les dijo Tienen que irse menos como una orden que como algo irremediable. Él no respondió, esperando que algo explicara. Estaban en la cocina; Thisbee abría un pollo por la mitad y ahora le sacaba las vísceras.

—Necesito el cuarto.

Detuvo lo que hacía y por un momento tenso pareció como si fuera a decir por qué. Luego suavizó todo, la cara, los hombros, las manos ensangrentadas, y sonrió benevolente.

—Y ustedes necesitan encontrar otra casa. En ésta no van a sobrevivir el verano.

Vinieron uno tras otro varios señores a ofrecer ayuda, corrompiéndolo:

vino un señor Rivas

vino un señor Cebayos

vino un señor Ajuria

vino un señor Bernardo

a hacerle plática; venían del terruño, traían versiones del cantadito, traían algún recuerdo para que no se olvidara de dónde era, traían dinero.

El tirano los había enviado para ofrecerles alivio a cambio de que le declararan su lealtad, entonces podrían volver y estar en paz, con su familia, con los suyos, allá están los suyos, tómelo.

Dijo que no. Los otros también dijeron que no. Pero ¿no era una infamia entonces haber dicho que sí al dinero que le envió Margarita, dinero de su trabajo, lo que había juntado en el tendajón? El dinero con el que sobrevivían Margarita y sus hijas y su hijo. A María de Jesús y a Josefa no las había visto nacer. No estaba ahí para cuidarlas ni para verlas deslumbrarse con el sol diario del mundo. Pero había tomado su dinero para paliar el que Pepe había perdido y para juntar lo del regreso, eso se decía. Ahora tenían que rascarle a lo que les sobraba porque en el tercer distrito no encontraron cuarto con comida, el primer distrito era el de los anglos, y en el viejo cuadrante era imposible, por el precio al que estaban malacostumbrados.

Borrego les recomendó un cuarto que daba a una letrina.

Vio en los periódicos locales que habían arrestado a dos mujeres itinerantes que cantaban sin permiso. No decía si estaban arrestadas por mujeres, por cantantes, por itinerantes o por la combinación. Un carpintero acusaba a su vecina de tener una casa de mujeres viles y depravadas y de que luego de ir a reclamarle ella intentó prenderle fuego a su carpintería. Se seguía hablando del Plan de Ayutla; habían hecho bien en mandar a Comonfort: ahora no estaban al margen de los acontecimientos.



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