La decadencia de la cortesía by Pío Baroja

La decadencia de la cortesía by Pío Baroja

autor:Pío Baroja [Baroja, Pío]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1955-12-31T16:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

DIVULGACIONES CIENTÍFICAS

La hueste antigua, que por una contracción de voces dio origen a la palabra estantigua, significaba primitivamente una procesión de fantasmas, que se presentaba por la noche causando espanto.

La palabra estantigua tiene hoy un significado, más corriente, de persona alta, seca y estrambótica.

Algunos suponen si la palabra estantigua vendrá del bajo latín stantiva, cosa puesta de pie o erguida, pero la primera etimología parece la más segura y acertada.

La hueste antigua era una comparsa de aparecidos o almas en pena con la dirección de alguno que otro diablo. Debían llevar la mayoría cirios encendidos, y se supone que cantarían salmodias fúnebres y tristes. Este cortejo, lúgubre y diabólico, debía considerarse como muy posible en todas partes en la época medieval. En España existía la creencia desde el norte al sur y del este al oeste.

En cada región, indudablemente, presentarían un ligero matiz diferencial. En el País Vasco, en la parte recóndita, no he oído hablar de estas procesiones nocturnas de aparecidos; pero, en cambio, hacia las Encartaciones debía existir la creencia, porque he leído un artículo de don Antonio de Trueba, en la Ilustración Española, contando uno de esos festejos nocturnos por uno que los creyó ver.

En el País Vasco, más que en aparecidos, se creía en brujas vivas, en mujeres de poder mágico y oculto. Quizá en esto influyera una lejana tradición de matriarcado primitivo. En el país, la mujer era tan importante como el hombre, lo contrario de lo que ocurría en los pueblos clásicos: romanos, griegos y judíos, en donde la base de la familia y de la sociedad era el patriarcado.

Por cualquier parte tenía que llegar a España y a los demás pueblos de Europa la superstición de estas procesiones de fantasmas nocturnos, porque todas las religiones antiguas creyeron en las almas en pena y en los espectros.

Donde ya la teoría estaba más cuajada y más definida era en los países romanos; de ellos, probablemente, vendría a España, y se mezclaría con las supersticiones autóctonas y con las ideas cristianas. Los romanos, según Ovidio y Apuleyo, daban el nombre de lemures a las almas de los muertos, y distinguían en ellas dos especies: las buenas, pacíficas y protectoras, que llamaban lares, y las intranquilas, enemigas y malignas, a quienes conocían por larvas o fantasmas.

La palabra «lar» (laris), de origen etrusco, significa jefe. Había los grandes lares, que eran dioses importantes, y los pequeños lares. Entre estos se especializaban los lares marinos, protectores de un barco; los lares urbanos; los lares compítales (de las encrucijadas), viales (de los caminos), rurales, familiares, etc. La palabra larva significaba en latín máscara, fantasma, y se relacionaba con Lara y Larunda, diosa de los muertos.

Las larvas eran espíritus malhechores, almas en pena, de gente malvada y atravesada, que tenían odio por los hombres, a quien gustaban inquietar y perturbar. Estas larvas, según Apuleyo, andaban errantes y vagabundas en castigo de sus fechorías y de su mala vida, y producían terrores pánicos a las personas sencillas.

Según el sistema de Pitágoras



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