La Dama muerta de Clown Town by Cordwainer Smith

La Dama muerta de Clown Town by Cordwainer Smith

autor:Cordwainer Smith [Smith, Cordwainer]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1991-01-01T05:00:00+00:00


Los mininos de Mamá Hitton

Las comunicaciones malas obstaculizan el robo;

las comunicaciones buenas promueven el robo;

las comunicaciones perfectas impiden el robo.

Van Braam

I

La luna giraba. La mujer miraba. Habían tallado veintiuna facetas en el ecuador de la luna. La función de la mujer era armar esa luna. La mujer era Mamá Hitton, señora de los armamentos de Vieja Australia del Norte.

Era una mujer alegre y rubicunda de edad imprecisa. Tenía ojos azules, senos opulentos, brazos fuertes. Parecía una matrona, pero su único hijo había muerto generaciones atrás. Ahora actuaba como madre de un planeta, no de una persona; los norstrilianos dormían tranquilos porque sabían que ella vigilaba. Las armas dormían su sueño largo y enfermizo.

Esa noche Mamá Hitton miró por enésima vez el panel de advertencia. El panel estaba apagado. No brillaban luces de peligro. Sin embargo, ella intuía un enemigo en algún rincón del universo, un enemigo que esperaba para atacarla a ella y su mundo, para adueñarse de las inconmensurables riquezas de los norstrilianos, y resoplaba de impaciencia. Ven hombrecillo, pensaba. Ven, hombrecillo, y muere. No me hagas esperar.

Sonrió al admitir que era un pensamiento absurdo.

Mamá Hitton esperaba.

Y el ladrón no lo sabía.

El ladrón estaba bastante relajado. Era Benjacomin Bozart, experto en las artes de relajación.

Nadie, en Sunvale de Ttiollé, sospechaba que él era guardián principal de la Liga de Ladrones, criado bajo la luz de la estrella violeta-estelar. Nadie podía olerle el aroma de Viola Sidérea. «Viola Sidérea —había dicho la Dama Ru— fue otrora el mundo más bello y ahora es el más corrupto. Sus habitantes fueron en otro tiempo modelos para la humanidad, y ahora son ladrones, embusteros y asesinos. Se percibe el olor de su alma en pleno día». La Dama Ru había muerto hacía tiempo. Era muy respetada, pero se equivocaba. Nadie olía al ladrón. Él lo sabía. No era más «anómalo» que un tiburón acercándose a un cardumen de bacalaos. La naturaleza de la vida es vivir, y él había sido criado para vivir como debía: buscando presas.

¿De qué otro modo podía vivir? Viola Sidérea estaba en bancarrota desde hacía mucho tiempo, desde que las velas fotónicas habían desaparecido del espacio y las susurrantes naves de planoforma se abrieron paso entre los astros. Sus antepasados habían quedado librados a su suerte en un planeta apartado. Se negaron a morir. Alteraron la ecología y se convirtieron en depredadores del hombre, adaptados por el tiempo y la genética a sus tareas mortíferas. Y él, el ladrón, era un campeón de su pueblo, el mejor entre los mejores.

Él era Benjacomin Bozart.

Había jurado asaltar Vieja Australia del Norte o morir en el intento, y no pretendía morir.

La playa de Sunvale era tibia y hermosa. Ttiollé era un planeta de tránsito, libre y sin prejuicios. Las armas de Benjacomin eran la suerte y él mismo: se proponía hacer buen uso de ambos.

Los norstrilianos podían matar.

Él también.

En ese momento, en ese lugar, era un turista feliz en una playa hermosa. En otro momento, en otro lugar, podía ser un hurón entre conejos, un halcón entre palomas.



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