La conspiración de las máscaras by Tony Hillerman

La conspiración de las máscaras by Tony Hillerman

autor:Tony Hillerman [Hillerman, Tony]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1989-06-14T16:00:00+00:00


14

Mientras comían, el día posterior a su visita a casa de Highhawk, Chee y Janet Pete hablaron sobre el hombre que esperaba en el sedán.

—Creo que no te vigilaba a ti, sino a Highhawk —había dicho Chee—. Por eso estaba aparcado allí.

Y Janet había concedido por fin que tal vez, pero él se encontraba seguro de que no la había convencido con su lógica. Estaba nerviosa. Inquieta por el asunto. Por eso no le contó las demás conclusiones a las que había llegado…, que el hombrecillo era uno de esos a los que los policías llaman «monstruos». Así les llamaban, al menos, los polis rurales del desierto con los que Chee trabajaba. Hombres trastornados por un dolor tal que les ha despojado del miedo y les ha convertido en seres implacables y, por tanto, peligrosos. Que un desconocido golpeara la ventanilla de su coche en la oscuridad no había sobresaltado al hombrecillo lo más mínimo. Un hecho incuestionable. Sólo había despertado su curiosidad, para provocar a continuación una especie de cólera agresiva machista. Chee había observado estas reacciones en hombres de ese calibre.

Había resumido a Janet su análisis de Highhawk. («Está chiflado. Perfectamente normal en algunos aspectos, pero sus bocetos demuestran que no está en sus cabales. Un poco loco»). Y le describió los fetiches tallados que había visto en el despacho-estudio de Highhawk.

—Los estaba tallando en raíces de álamo, el material que les gusta utilizar a los indios pueblos, al menos a los que yo conozco. También a los zunis y a los hopis —había dicho Chee—. No existen motivos para creer que los taños sean diferentes. Quizá estaba haciendo una copia del Dios Gemelo de la Guerra.

Y Janet, por supuesto, ya se le había anticipado.

—He pensado en eso, que quizá John le había contratado para hacer una copia del objeto. Tal vez lo adiviné —parecía triste mientras lo decía, sin mirar a Chee, estudiándose las manos—. Luego se me ocurrió que lo entregaríamos a nuestro hombre del pueblo taño, y que lo emplearía para salir elegido.

—¿Diciéndole que es el objeto auténtico?

—Depende de lo honrado que sea Eldon Tamaña —dijo Janet con desánimo—. Si es honrado, le mientes. Si no lo es, le dices la verdad y dejas que mienta él.

—Me pregunto si algún indio pueblo distinguiría la copia del objeto auténtico —dijo Chee—. ¿Cuánto hace que se esfumó?

—Desde mil novecientos tres o cuatro, creo que dijo John. Mucho tiempo, de todas formas.

—Supongo que os conformaréis con un sustituto —dijo Chee. Estaba pensando en Highhawk. No era plausible que fuera consustancial a la naturaleza del artista utilizar su talento en una conspiración para engañar a una nación india, pero tal vez también considerasen a Highhawk lo bastante honrado para verse obligados a mentirle. Quizás ignoraba por qué estaba haciendo la réplica. De hecho, tal vez esa talla no fuera una réplica. Tal vez ese fetiche de madera de álamo que había en su despacho fuera otra cosa. O tal vez fuera el genuino fetiche. O tal vez toda esta teoría era un cúmulo de insensateces.



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