La conciencia de las palabras [7146] by Elías Canetti

La conciencia de las palabras [7146] by Elías Canetti

autor:Elías Canetti [Canetti, Elías]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Narrativa Variada
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Conviene recordar que el perro que hostigaba al topo era el perro de Kafka: él era su amo. Pero para el topo que, muerto de miedo, busca en la dura calle un agujero donde refugiarse, Kafka no existe. El animalito sólo teme al perro, único ser que sus sentidos perciben. Él, en cambio, Kafka, que domina la escena en virtud de su postura erguida, su talla y su posesión del perro, que nunca podría amenazarlo, se ríe al comienzo de los inútiles y desesperados movimientos del topo. Éste ni se imagina que podría dirigirse a él en busca de ayuda; no ha aprendido a rezar y solamente es capaz de emitir sus débiles chillidos. Son lo único capaz de conmover al Dios, pues Kafka es aquí el Dios, la Instancia Suprema, la Culminación del poder, y en este caso Dios está incluso presente. Ks, kss... chilla el topo; y al oír estos chillidos, Kafka, el espectador, se transforma en el topo. Y sin necesidad de temerle al perro, que es su esclavo, se da cuenta de lo que significa ser topo.

El inesperado chillido no es el único vehículo para transformarse en algo pequeño. Otro medio son las "pobres patitas rojas", estiradas como manos que imploran compasión. En el fragmento Recuerdos del ferrocarril de Kalda, de agosto de 1914, existe un intento similar de aproximación a una rata moribunda a través de su "manita":

Contra las ratas, que a veces atacaban mis provisiones, me bastaba con mi cuchillo largo. En los primeros tiempos, cuando todavía lo observaba todo con curiosidad, ensarté una vez una rata de ésas y la sostuve un momento a la altura de mis ojos, contra la pared. Los animales pequeños sólo pueden ser observados con precisión cuando uno los mantiene un rato a la altura de los ojos; si nos inclinamos hacia el suelo para contemplarlos allí, nos llevaremos una imagen falsa e incompleta de lo que realmente son. Lo más sorprendente en esa rata eran las uñas, enormes, algo ahuecadas, pero puntiagudas y muy apropiadas para excavar. En su lucha final, cuando colgaba de la pared frente a mí, la rata extendió sus uñas en un gesto aparentemente antinatural para los seres de su especie: parecían una manita tendida hacia mi persona.



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