La ciudad de las damas by Christine de Pizan

La ciudad de las damas by Christine de Pizan

autor:Christine de Pizan [de Pizan, Christine]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1404-12-31T16:00:00+00:00


VI

De Antonia, que llegó a ser emperatriz

»NO fue de poca importancia el secreto que Dios reveló por intermedio de una mujer a Justiniano, que fue luego emperador de Constantinopla. En aquel tiempo era el guardián de los tesoros del emperador Justino. Un día se fue de paseo por el campo llevando por placer a una mujer a la que quería, llamada Antonia. Cuando dieron las doce sintió un gran cansancio y se tumbó debajo de un árbol, la cabeza sobre el regazo de su amiga. En cuanto se durmió, bajó hacia ellos una inmensa águila y Antonia vio cómo volaba sobre Justiniano extendiendo sus alas, protegiendo así su cara del ardiente sol. Su sabiduría le permitió entender aquel signo, y cuando Justiniano se despertó, le dirigió estas hermosas palabras:

»—Dulce amigo, os he querido mucho y os quiero todavía. Sois dueño de mi cuerpo y de mi amor y lo sabéis. Como el amado no debe negar nada a su amada, os pido a cambio de mi honestidad y amor un favor que os parecerá insignificante pero que para mí sí tiene importancia.

»Justiniano respondió a su amiga que no dudara en pedírselo porque le concedería todo cuanto estuviera en su poder. Antonia dijo entonces:

»—Éste es el favor que os quiero pedir: cuando seáis emperador, no despreciéis a vuestra amiga Antonia. Hacedla compañera de vuestra gloria imperial con los honorables lazos del matrimonio. Os ruego que me lo prometáis ahora.

»Justiniano empezó a reír porque tomaba a broma sus palabras, ya que pensaba que era imposible llegar a ser emperador, pero se lo juró ante todos los dioses y ella le dio las gracias. Para sellar la promesa, intercambiaron sus anillos.

»—Justiniano —le dijo Antonia—, te prometo solemnemente que en un futuro muy próximo, serás emperador.

»Con esas palabras se separaron.

»Poco tiempo después, cuando marchaba con su ejército para combatir a los persas, el emperador Justino cayó enfermo y murió. Se reunieron en asamblea los barones y príncipes para elegir nuevo emperador, y como no conseguían ponerse de acuerdo, eligieron a Justiniano por despecho. Él reaccionó con gran ímpetu y salió inmediatamente para librar batalla. Venció a los persas y capturó a su rey, conquistando así la gloria y un rico botín. Cuando volvió, Antonia, que había conseguido con gran astucia entrar en la sala del palacio donde, sentado en el trono, su amante estaba reunido con toda su corte, se arrodilló ante él pidiendo justicia para que respetara su compromiso un joven que había intercambiado su anillo con ella. El emperador, que no se acordaba de nada, contestó que si le había prometido matrimonio era justo que el joven la tomara por esposa. Él, como emperador, saldría como garante de que así fuera si ella podía aducir una prueba. Antonia se quitó entonces el anillo y se lo entregó diciendo:

»—Noble emperador, este anillo me servirá como prueba. Míralo, a ver si lo reconoces.

»El emperador vio que estaba cogido por sus propias palabras y la hizo llevar a sus aposentos, donde, una vez ataviada con ricas prendas, la tomó por esposa.



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