La chica descalza en la colina de los arándanos by Nieves Mories

La chica descalza en la colina de los arándanos by Nieves Mories

autor:Nieves Mories [Mories, Nieves]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2016-12-31T16:00:00+00:00


2

Soy la sombra que miraba tras la cortina mientras Nick enterraba a otra mujer sin nombre en el jardín de Blueberry Hill que, sin previo aviso, se había llenado de flores silvestres; madreselvas, margaritas, campanillas y mimosas, tras los últimos días de lluvia.

—Tendrás una hermosa tumba, desconocida. Tendrás flores en primavera, hojas en otoño. Nieve cuando llegue el invierno. Te recordaré siempre y siempre te daré las gracias, mientras duermes a la sombra de la casa, en la colina.

Es domingo y suenan a la vez las falsas campanas de las dos iglesias. Esas horribles grabaciones ensordecedoras, invento del demonio, que parecen un accidente de trafico especialmente estrepitoso y multitudinario. Odio ese sonido hueco y desangelado, ahora más que nunca, porque pienso que, si me golpearan en el corazón, sonaría así.

Cuando Nick acabó con la pala, lo cubrió todo de hierba, flores y zarzas, como si nada hubiera ocurrido. Como si allí abajo no hubiera nadie.

Como si no fuera la primera vez.

—¿Por qué no me enterraste aquí? —pregunté, abriendo la ventana para que el aire helado de la mañana aclarase un poco la niebla sombría de Blueberry Hill. No tuve mucho éxito, por cierto—. Las vistas son buenas. Te habrías ahorrado el embalaje. Y el transporte. Me hubiera gustado ser enterrada ahí, donde acaba la maleza.

Hundió la pala en el suelo y se apoyó en ella. Tenía más pinta de jardinero aficionado que de sepulturero ocasional. Creo que, por un momento, ni siquiera sabía de lo que le estaba hablando.

—No fue cosa mía. Alguien me debía un favor y se lo pedí, en mala hora. No tuve nada que ver con esa chapuza del contenedor. Además, bastantes muertos hay aquí ya.

—Vale. —No iba a conseguir nada más. En todo ese tiempo, era lo único que había dicho sobre esa bonita noche de invierno en la que crucé el umbral de su puerta, girando un viejo pomo que sonó como un gatillo al disparar. Bang, bang, fundido en blanco. ¿Qué fue lo que ocurrió, entre sangre y gritos, después del estruendo de cristales al explotar que consiguió arrasar con todo, de una manera más definitiva que el que me estrellaran un martillo en la cabeza?.

¿Qué sentí?

¿Qué vi?

¿Qué... hice?

Él seguía a lo suyo, en silencio, sin darme algo que encajar en los huecos que me faltaban. En realidad, no hablaba mucho de nada. Un hombre parco en palabras, ese era Nick. Aunque a lo mejor su talante taciturno se debía a los acontecimientos recientes y, en realidad, su personalidad derrochaba locuacidad y vida.

No. En absoluto.

Lo conocía desde hacía demasiados años como para no saberlo. Aunque se tratase de un saber adquirido en la distancia que te da una calle y algunos años de separación, las palabras de segunda mano, los comentarios que van y vienen, y lo intuido las pocas noches que lo vi por ahí.



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