La casa de hielo by Inger Frimansson

La casa de hielo by Inger Frimansson

autor:Inger Frimansson [Frimansson, Inger]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 1997-12-31T16:00:00+00:00


17

Mark venía todos los días y estudiaba con ella. La tocaba, pero no mucho. Para él era sólo una niña.

Eso la provocaba.

Sus pezones estaban cambiando y la piel de alrededor se encontraba dolorida y le escocía. Se quitó el pasador que llevaba en el pelo y lo guardó para siempre.

—Cuéntame cosas de América —le pidió a Mark un día. Entonces el muchacho empezó a hablar en inglés a una velocidad que le resultaba imposible seguir. Ella le lanzó la almohada en medio de aquella cara tan desdeñosa.

Él se tumbó encima de ella, sujetándole los brazos.

—¡Qué mierdita eres!

Furiosa, Justine le dio un rodillazo en la entrepierna con su pierna sana. Él palideció y rodó al suelo.

Resulta que el chico tenía una novia en Washington.

—¿Cómo era?

—¡Cómo es! —corrigió él.

—Vale, pues ¿cómo es?

—Ojos marrones, tetas grandes.

Aquello sonaba fatal.

—Se llama Cindy. Me escribe cartas cada semana.

—¿La quieres?

Él desplegó una sonrisa burlona.

—Bueno, contesta, ¿la quieres?

Entonces él se dirigió a la ventana y, con la mano sobre la bragueta, hizo unos cuantos movimientos pélvicos.

—Ponte a leer el libro. No me pagan para perder el tiempo con tonterías.

—Es demasiado difícil. No puedo.

—¡Qué leas, te he dicho!

—«The new man stands looking a minute, to get the set up of the day room».

—«Niuuuu» no «neu» «niuuuu».

—«The “niuuu” man.…».

—Es un libro cojonudo, pero tú eres demasiado enana, Justine. Lástima. Eres una enana, y no sabes la de cosas que te pierdes.

La ponía fuera de sí.

—¿Y qué hago entonces?

—No hay nada que hacer. Las cosas son como son.

—¡Qué tonto eres!

—¿Cómo va el pie? ¿Se te curará algún día o qué?

—Pues claro.

—Vale. ¿Qué pasó, exactamente?

—Me caí en las rocas.

—Haber puesto bien los pies.

—¡Ya caminaba bien, pero resbalé!

No era cierto que fuese demasiado pequeña. Por las noches yacía contra la pared imaginando lo que podría pasar entre Mark y ella. Sería una relación muy diferente. Se sobaba los senos, por si acaso habían crecido, y su mano se deslizaba hasta un puntito escondido en aquel sitio que era pecado y que resultaba tan vertiginosamente delicioso tocar. Una comezón le recorría el cuerpo; deseaba salir, marcharse pero la pierna escayolada era como una boya que, si bien la protegía de los peligros que acechaban en el exterior, también la mantenía prisionera.

Finalmente, un día en que el invierno se había retirado por completo se la arrancaron a golpes de serrucho. Entre las piezas de yeso surgió una pierna enflaquecida y débil, y un olor ácido.

Se hallaba restablecida, y para aquel entonces ya no había colegio. En el patio de la escuela se había celebrado ya el fin de curso: los alumnos con alegres ropas de muchos colores, y las maestras recién salidas de la peluquería; también se habría desplegado la bandera, izándola en el mástil del patio. De todo eso se había librado.

Al principio se figuraba que le resultaría difícil utilizar aquel palillo de pierna, pero pronto descubrió que en el fondo seguía igual de fuerte que antes. Por las noches se le inflaba el tobillo y le dolía, pero andaba y corría con la misma soltura.



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