La cañonera 23 by Luis Delgado Bañon

La cañonera 23 by Luis Delgado Bañon

autor:Luis Delgado Bañon [Bañon, Luis Delgado]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: adventure
ISBN: 9788474862287
editor: Áglaya
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


13. En el Cuartel General

En las primeras horas de la mañana siguiente, comenzó el barqueo para permitir el desembarco de la fragata, con lo que llegamos a tierra bien cargados con nuestros bagajes, apilados poco después en una carretilla que pudimos conseguir para su transporte en tierra. Tal y como se nos había ordenado, nos dirigimos al Cuartel General de las Fuerzas Navales del Bloqueo, dispuestas bajo el mando del jefe de escuadra don Antonio Barceló, rimbombante nombre para denominar lo que más parecía un cuartelillo naval, aspecto éste que poco importaba al sencillo y práctico marino mallorquín.

El Cuartel General se encontraba situado en la ciudad de Algeciras. En realidad, no era más que un viejo caserón con fríos y humedades excesivas, situado a pie de playa. Tan sólo la presencia de guardia armada en la puerta principal, compuesta por soldados de los batallones de Marina, indicaba el fin al que era sometido. Los guardiamarinas voluntarios para las lanchas cañoneras fuimos recibidos por el ayudante del jefe de escuadra. Aunque Barceló tenía derecho a disponer de ayudantes en cantidad y antigüedad superiores, se había limitado a escoger para tal puesto a un joven y valeroso teniente de fragata mallorquín, llamado Jaime Escach, hijo de un buen amigo de la infancia y al que denominaba cariñosamente como Jaume. A Escach se le notaba con claridad su reciente ascenso, por lucir un brillo radiante en la charretera38 del hombro izquierdo, en comparación con el viejo alamar que portaba en el derecho, correspondiente a su anterior grado de alférez de navío.

El teniente de fragata Escach ordenó a un subalterno que recibiera y anotara convenientemente nuestros pasaportes, para dar como presentados a los diez guardiamarinas procedentes de Cartagena, primer grupo en arribar de los tres previstos para las cañoneras. Asimismo, nos entretuvo con preguntas generales y de cortesía, a la espera de ser recibidos por el mismísimo Barceló, que deseaba darnos la bienvenida personalmente. Poco después, entrábamos en el despacho de trabajo del general, con los nervios reflejados en nuestros rostros. En principio, nos sentimos desconcertados al descubrir una sala más propia de casa humilde, con dos mesas de enormes proporciones en las que bailaban gran cantidad de cartas marinas y planos terrestres en desordenada combinación.

Pero la mayor sorpresa que recibimos en aquella primera entrevista personal, a la que nos aprestábamos correctamente uniformados, se produjo al contemplar la figura del viejo y experimentado marino. Nada en su aspecto recordaba al Barceló que nos hablara en la Academia con su entorchada y brillante casaca. El jefe de escuadra lucía, como única vestimenta, una vieja y arrugada camisola que descansaba sobre unas gastadas calzas azules, enjaretadas en unas medias de lana gorda. Por supuesto, nada de peluca, sombrero, polvos ni aditamento exterior alguno. A pesar del frío y humedad reinante, tan sólo una pobre hoguera lucía en la gigantesca chimenea. Barceló se encontraba apoyado en una de las mesas de trabajo, observando con interés un plano, cuando fue avisado por su ayudante.

—Mi general, los caballeros guardiamarinas de la Escuela Naval de Cartagena.



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