La caída de los reyes by Delia Sherman Ellen Kushner

La caída de los reyes by Delia Sherman Ellen Kushner

autor:Delia Sherman Ellen Kushner [Ellen Kushner, Delia Sherman]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2007-01-31T23:00:00+00:00


Capítulo II

La nota donde Henry Fremont informaba a Galing del desafío era sucinta y no especialmente informativa: El doctor De Cloud ha desafiado al doctor Crabbe a debatir sobre los brujos.

Galing miró el dorso de la hoja, pero no ponía nada más. Era impropio de Fremont dejar escapar la oportunidad de ampliar los conocimientos de Galing. Sus informes generalmente estaban repletos de historia antigua como si de noticias de actualidad se tratara (contexto, decía Henry), y solían ocupar varias páginas de letra apretada. Si algo iba a aprender Galing en el transcurso de esta investigación, eso era historia. Pero no hoy. ¿Qué había de los brujos sobre los que pensaba debatir De Cloud? ¿Por qué se había vuelto Henry tan callado de repente? Dejó la carta en lo alto del grueso montón de informes de Fremont y enterró las cuidadas manos en sus rizos.

Este favor que le había pedido Arlen, este asunto de rastrear y diagnosticar un molesto rumor, era más complejo, más turbio de lo que Nicholas pudiera haberse imaginado. Cada vez que desenterraba una raíz surgían otras dos que reclamaban igualmente su atención. Primero estaban los norteños, los compañeros del rey. Alborotadores, descontentos, repletos de costumbres y creencias supersticiosas. Ahora que sus principales líderes estaban a buen recaudo en el Tajo para mejor controlarlos, ése debería ser el fin de la historia. Pero no lo era, ni de lejos. El mundo de los compañeros comenzaba a infiltrarse en los salones de la Colina. Mientras sus esposas bailaban, los nobles de mayor edad discutían en conmocionados susurros sobre cómo los «campesinos rebeldes» del duque de Hartsholt, como se empeñaba en llamarlos Condell, habían quemado la efigie del mayordomo de Hartsholt en la hoguera, en el norte, durante el solsticio de invierno. Incluso lord Hemmynge, al que le interesaban más los caballos que la política, sabía que las mujeres de Harden habían rellenado con todo descaro sus colchones de valioso pelo de cabra, en vez de tejerlo para su venta en las haciendas de su señor; la llamaban «la cama de Alcuin», y decían que dormían más cómodas en ella que el antiguo rey. El pasado estaba resurgiendo; la gente hablaba, e incluso los nobles sin posesiones en el norte empezaban a decir que había que hacer algo.

Dadas las circunstancias, el que un joven doctor en Historia se propusiera airear sus teorías sobre los brujos en un foro público intranquilizaba a Nicholas. Más aún lo

intranquilizaba el hecho de que el heredero de Tremontaine se viera tan insistentemente atraído por unos amantes empeñados en abundar en el pasado.

Pero cuando se imaginó explicándole su preocupación a Arlen, no le costó nada figurarse la respuesta: «Los historiadores hablan de brujos. A los pintores les encantan los temas exóticos. Los jóvenes son unos románticos. ¿Dónde están tus pruebas?».

En esos momentos, lo único de que disponía Galing para sustentarse eran Greenleaf y Smith en el Tajo, Ysaud en su estudio, y el doctor Basil de Cloud en su aula, todos ellos desbarrando, a su diversa manera, sobre brujos, ciervos y sacrificios místicos.



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