La biblioteca de los sueños imposibles by Lin Rina

La biblioteca de los sueños imposibles by Lin Rina

autor:Lin Rina [Rina, Lin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2020-09-10T00:00:00+00:00


27

VIGÉSIMO SÉPTIMO, O CUANDO BEBIMOS TÉ

El señor Reed se tomó aproximadamente la mitad de la sopa e incluso le dio dos mordiscos a un bocadillo antes de sumirse poco a poco en el sueño.

Yo le dejé hacer, casi me sentí aliviada de no tener que seguir fingiendo severidad y le volví a poner el trapo frío en la frente. Me levanté sin hacer ruido, le busqué un libro, se lo dejé junto a la cama y apagué las lámparas. Para conservar el calor un rato más, aticé el fuego de la estufa. Finalmente, salí del piso por la puerta prohibida.

La cerré despacio, giré la llave en la cerradura y la dejé ahí.

Respiré varias veces y me pregunté por enésima vez cómo podía haber pasado. El corazón me latía demasiado deprisa, tenía las rodillas flojas y apoyé la cabeza contra la madera de la puerta.

Precisamente, el señor Reed. Qué absurdo.

Era gruñón, maleducado y tendía a hacer comentarios maliciosos y a alegrarse por el mal ajeno, además de ser un bicho raro. Era desordenado, caótico, justo lo contrario de lo que había imaginado.

Sin embargo, ya no podía seguir engañándome. Noté esas mariposas en el estómago y no me podía quitar su mirada de la cabeza. Sus ojos divertidos, su sonrisa oculta, la manera de observarme por encima de la montura de las gafas.

Cómo corrió en mi ayuda para salvarme de la máquina, cómo miró avergonzado al suelo cuando le di las gracias. Cómo me salvó de aquella desagradable situación con el señor Boyle.

No obstante, lo que más me gustaba era la imagen de él empapado entre los libros destrozados, con el cabello goteando, aturdido, pero con esa sonrisa en los labios porque había dejado de llover dentro de la biblioteca.

Me retiré de la puerta, tragué saliva, di media vuelta y me desplomé en mi cama.

¡Era un desastre! No debería haber pasado.

Había empezado a creer que de verdad tenía el corazón de piedra y que nunca podría enamorarme. ¡Y ahora esto!

Mi madre no podía enterarse. ¡Jamás!

El martes fue aún más estresante que el día anterior, cosa que agradecí, pues esperaba poder concentrarme en el trabajo. Sin embargo, fracasé estrepitosamente. Mis pensamientos no paraban de vagar. Inquieta, casi aturdida, no había desayunado ni comido bien.

No paraba de pensar en cómo estaría el señor Reed, qué estaría haciendo, si oía a la señora Christy cuando llamaba a su puerta. ¿Había comido algo, aún tendría fiebre, pensaba en mí?

Era absurdo, lo sabía. Sin embargo, no podía evitarlo.

Me quedé casi dos horas más para terminar algunas cosas. Cuando el señor Reed volviera a tenerse en pie al día siguiente, no quería que me tomara por una incompetente.

Suspiré para mis adentros, cerré la puerta de la biblioteca y volví a casa tan deprisa como pude, bajo la llovizna.

La niebla pendía sobre Londres, la cubría con un manto frío y húmedo. No sé por qué, en ese momento, me acordé del joven Timothy y de su abuela.

¿Habría sobrevivido? ¿Cómo le iría al chico?

Solo lo había visto esa tarde, había formado parte de su vida durante unas horas y luego había desaparecido.



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