La artista de henna by Alka Joshi

La artista de henna by Alka Joshi

autor:Alka Joshi
La lengua: spa
Format: epub
editor: Maeva Ediciones
publicado: 2021-11-02T12:01:09+00:00


9

12 de febrero

LA ESCUELA PARA chicas de la maharaní estaba formada por tres edificios horizontales de dos plantas cada uno. Aguardé en la acera de enfrente, observando la hilera de coches que atravesaban las puertas, avanzaban por el camino de entrada adoquinado y rodeaban un patio circular para salir de nuevo a la calle. Los chóferes con su camisa caqui y sus pantalones de pinzas sujetaban la puerta abierta para llevar a sus jóvenes memsahibs a comer a casa. Algunas alumnas iban caminando a buscar la comida a alguno de los puestos de comida que había cerca. Las que estaban internas en la escuela comían en la cafetería del centro.

Las niñas más pequeñas, las que tenían entre ocho y doce años, vestían falda de color azul claro y camisa de manga corta con una banda roja. Las alumnas de la edad de Radha y más mayores llevaban kameez azul, salwaar blanco y un chunni marrón. Todas las chicas llevaban puesta una chaqueta marrón. Febrero en Jaipur es un mes frío. Había oído que la propia maharaní se había ocupado de todos los detalles de su escuela, desde el uniforme y la selección de la directora, la señorita Genevieve (que había sido su tutora en el internado suizo al que ella había asistido), hasta el menú de la comida (nada de alimentos fritos, mucha verdura y fruta, nada de azúcar).

Era la primera semana de Radha en la escuela y estaba esperándola para llevarla a comer. Con todo lo que estaba ocurriendo, casi no la había visto y no habíamos hablado de si le gustaba o qué tal eran las clases. Se me alegró el corazón cuando la vi bajar saltando los escalones del edificio principal. Tenía la tez rosada. El uniforme era elegante y pulcro. Esa mañana, cuando me ofrecí a llevarla en el rickshaw en el que íbamos Malik y yo, había arrugado la nariz. Me había dicho que no quería oler al sudor del conductor ni arrugarse la ropa.

Cuando llegó al último escalón, Sheela Sharma pasó por delante, lo que la obligó a parar en seco. Sin pedirle disculpas, Sheela se metió en el asiento trasero del sedán de su familia. Radha apretó los labios.

Contuve la respiración.

Observé con alivio que mi hermana retomó su camino hacia la garita del guarda para firmar la salida para comer. El hombre tardó lo suyo en buscar el nombre en la lista. Parecía nerviosa, no dejaba de mirar hacia la calle y se mordía el labio.

La llamé y ella se volvió, sorprendida. No parecía alegrarse de verme, lo que, para entonces, había empezado a aceptar. No llevaba tarteras ni bolsas, solo un bolso de mano.

Echó un nuevo vistazo a la calle y hundió los hombros.

—¡Qué elegante estás con tu uniforme! —dije alegremente.

Ella se miró la ropa un poco avergonzada, como si hubiera visto que tenía una mancha.

Enlacé uno de sus delgados brazos con el mío y la conduje hacia un puesto de chaat que había en el otro extremo de la calle.

—Pensé que estaría bien venir a buscarte para llevarte a comer.



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