La última dicha by Luisa Alberca & Guillermo Sautier Casaseca

La última dicha by Luisa Alberca & Guillermo Sautier Casaseca

autor:Luisa Alberca & Guillermo Sautier Casaseca [Alberca, Luisa & Sautier Casaseca, Guillermo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1953-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Había mucha gente en la calle. Acababa de pasar la última procesión y muchos no se decidían aún a volver a sus casas. La noche, templada, invitaba al paseo.

María Rosa y Mariano no se resistieron a aquella invitación y echaron a andar despacio hacia el parque. Sin embargo, ella advirtió, sin deseo alguno de tener en cuenta su advertencia:

—Es algo tarde… Ya estará papá en casa…

—Sabe que estás conmigo. No creo que le preocupe si vamos un paco después…

—No. Seguramente no le preocupará —asintió ella sonriendo.

—Mientras esperábamos la procesión no pude hablarte, María Rosa, había mucha gente a nuestro alrededor…

Ella añadió nerviosamente:

—Sí. ¡Muchísima!… Ahora estamos mejor…

Mariano sonrió al mirarla. Sabía lo que significaba aquel nerviosismo. Sabía que ella estaba esperando que le hablase de su amor. Puede que lo esperara ya cuando aun estaba enferma y él la visitaba como médico cada día. Pero entonces no hubiera sido oportuno, pese a su impaciencia, y se había exigido a sí mismo no hablar hasta esta fecha, en que María Rosa estaría repuesta del todo y en que él habría pensado firmemente si deseaba o no casarse con ella.

—¿Sospechas lo que quiero decirte?

Titubeó un momento, pero al fin dijo resueltamente.

—Sí, Mariano, pero, pero antes tengo que decirte algo yo… Algo que al saberlo puede cambiar tus propósitos.

Advirtió el temor con que hablaba y se extrañó:

—¿Algo muy grave? —dijo medio en broma.

—Sí.

—No será que ya tienes novio… —volvió a bromear.

—No. No tengo novio. Pero lo tuve.

—Eso no importa si ya no le recuerdas ni le quieres.

—Quererle, no. ¿Recordarle?…, sino a él, sí recuerdo otra cosa.

Empezó a alarmarse:

—¿Qué cosa es esa?

—El motivo por el que regañamos.

—La verdad es que preferiría no saberlo.

—Es preciso que te lo diga. No quiero que después me dejes, como me dejó él.

Su acento era amargo y había miedo y vergüenza en sus ojos claros.

—¿Un motivo por el que ese novio te dejó?

—Sí.

—Un motivo… grave, claro.

—¡Muy grave!

No podía creerla. María Rosa no parecía capaz de cometer faltas graves. Era una chiquilla encantadora. Sincera, cariñosa, buena cristiana, obediente…

La cogió por el brazo y la condujo a uno de aquellos asientos protegidos de la luz por las acacias.

—Dime todo lo que sea, María Rosa. Te escucho.

Se restregó las manos con fuerza, mirándolas fijamente y luego, de pronto, se volvió hacia él:

—¿Has oído hablar alguna vez de Carmen Murillo?

—Sí, pero no creo que eso…

No hizo caso de su interrupción:

—Es una famosa cantante de ópera… ¡Muy famosa!… ¡Mucho!…

—Lo sé.

—Bueno, pues… Es mi madre, Mariano.

La miró sorprendido. Aquella era una noticia inesperada, pero no grave, por eso la miró en espera de que siguiese hablando, mas cuando se dió cuenta que no tenía más que añadir se sorprendió aún más.

—¿Es eso todo?

—¡Claro!… ¿Es que no me has creído? ¿Es que quieres que papá te lo asegure?

—Pero tú no piensas irte con ella, ¿verdad?

—¿Con ella?… ¡No!

—Me dijiste que tenías que contarme algo grave, algo por lo que ese novio te dejó…

María Rosa volvió a mirarse las manos un poco desconcertada.

—¿No conoces la fama de esa cantante?

—Sí.



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