La última bruja by Mayte Navales

La última bruja by Mayte Navales

autor:Mayte Navales
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Fantástico, Novela
publicado: 2017-01-29T23:00:00+00:00


***

Las pesadillas habían desaparecido casi por completo. Irati ya no soñaba con niños quemados en hogueras. Por eso, cuando cuarenta años después Greta la buscó en sueños, Irati despertó sobresaltada.

—Tengo que ir al continente —lo dijo con calma, al amanecer. Su voz ya no era susurrante ni melodiosa. Los años la habían tornado ruda y áspera.

Oleni tampoco era el hombre fuerte con el que se casó. Había envejecido, pasaba de los setenta años. Ya no araba las tierras. Ahora pertenecían a Angélica, a su marido y a sus nietos: seis varones de entre diez y veinte años: Tambre, Eo, Dubra, Sar, Noya y Odiel. Sin embargo, Oleni no sabía hacer otra cosa que cuidar de las cabras y cultivar los campos. Por eso Irati, que ahora vivía en un cuerpo de sesenta años entrado en carnes, se quejaba cada vez que su esposo acompañaba a los jóvenes a la labranza.

El hombre dejó la taza de loza sobre la mesa.

—No pongas esa cara. No está tan lejos. Estaré fuera un mes, no más.

—¿Para qué quieres ir? —fue todo lo que atinó a preguntar Oleni.

—Uno de los míos me necesita.

—¿Uno de los tuyos? —frunció el ceño.

—No soy única, lo sabes. Hay más como yo.

Y fue entonces cuando por primera vez Irati le habló de Greta. No le dijo cuántos años tenía. Ni lo que era. Sólo que tenía que ir a buscarla.

—Las ciudades son peligrosas. No vayas. Ya no eres joven.

Aunque Oleni insistió, sabía que no podía hacer nada para disuadirla, pues ella era de la gente. Sólo él sabía de lo que era capaz. Y no se le dan órdenes a una mujer que puede cambiar el curso de un río.

Irati besó a su esposo, a su hija y a sus nietos.

—¡Madre! ¿Dónde crees que vas, a tu edad? —Angélica, una mujer hermosa de cabello negro y ojos violetas, golpeó la mesa con un puño mientras gritaba a dos críos que salieran de la estancia.

—Te lo he dicho. Tengo asuntos de los que no sabes nada —dijo besando a los pequeños.

—¡¿Asuntos?! ¿Qué asuntos? No conoces a nadie en el continente. Esto es ridículo. Padre, ¿se lo vas a permitir?

Oleni casi rió. Casi.

—¿De verdad crees que puedo impedirlo?

—¿Y adónde vas? ¿No vas a decirlo? ¿Y para qué?

—No hay nada que puedas hacer, Angélica. No hay nada que puedas gritar. Tengo que ir e iré —dijo con una voz que su hija jamás había escuchado.

Angélica sintió ganas de gritar, sin embargo no pudo. Debía permanecer callada. No podía oponerse a la voz que pronunciaba su nombre. Angélica. Angélica. Angélica.

—Hablas extraño —dijo Eo desde la puerta—. ¿Por qué hablas así, abuela?

—¿Cómo hablo? —preguntó la hechicera a su nieto de diez años.

—Con la voz de los árboles que hay arriba de las montañas. Con la voz del río que a veces se enfada cuando hay tormenta.

Irati se quedó mirando al muchacho. Ni Angélica ni sus nietos habían sido iniciados en los ritos de las Viejas Razas. Nunca había cabalgado sus sueños. Aun así, ¿habría heredado



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