Juego de tronos by George R. R. Martin

Juego de tronos by George R. R. Martin

autor:George R. R. Martin [Martin, George R. R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1996-08-06T04:00:00+00:00


TYRION

—¿Quieres comer? —le preguntó Mord con el ceño fruncido. Llevaba en las manos gruesas, de dedos cortos, un plato de alubias cocidas.

Tyrion Lannister se moría de hambre, pero no quería que aquel animal notara su debilidad.

—Una pierna de cordero, muchas gracias —replicó desde el montón de paja sucia que había en un rincón de su celda—. Y un plato de guisantes y cebollitas, si puede ser; pan recién hecho, con mantequilla, y una jarra de vino tibio para bajarlo todo. Si no hay, cerveza, me da igual. No quiero ser demasiado exigente.

—Son alubias —dijo Mord—. Toma.

Le tendió el plato. Tyrion suspiró. El carcelero era una mole de diez arrobas de estupidez pura, con dientes amarillentos podridos y ojos oscuros diminutos. En el lado izquierdo de la cara tenía una cicatriz espantosa de un hacha, que le había cortado la oreja y parte de la mejilla. Era tan predecible como feo, pero lo cierto era que Tyrion tenía mucha hambre. Tendió la mano para coger el plato.

Mord lo apartó, sonriente.

—Aquí lo tienes —dijo, manteniéndolo fuera del alcance de Tyrion.

—¿Tenemos que jugar a la misma tontería en cada comida? —El enano se puso en pie trabajosamente; le dolían todas las articulaciones. Hizo otro intento por alcanzar las alubias. Mord retrocedió y le mostró los dientes podridos en una sonrisa.

—Aquí las tienes, enano. —Mantuvo el plato en alto, con el brazo extendido, más allá del borde donde terminaba la celda y empezaba el cielo abierto—. ¿No tienes hambre? Toma, ven a cogerlas.

Los brazos de Tyrion eran demasiado cortos para alcanzar el plato, y tampoco tenía intención de acercarse tanto al borde. Bastaría un empujón de la pesada barriga blanca de Mord para que se convirtiera en una mancha roja en las piedras de Cielo, al igual que les había sucedido a tantos prisioneros del Nido de Águilas a lo largo de los siglos.

—Bien pensado, no tengo tanta hambre —declaró mientras se retiraba al rincón de la celda.

Mord gruñó, abrió los dedos, y el viento se llevó el plato. Unas cuantas alubias se colaron en la celda mientras la comida caía al vacío. El carcelero se echó a reír, con lo que su barriga se agitó como si fuera de gelatina.

—Jodido cabrón, hijo de una mula con viruelas —escupió Tyrion, que no pudo contener la rabia—. Ojalá te mueras comido por la sífilis. —Al salir, Mord le asestó una buena patada en las costillas con la bota de puntera de acero—. Lo pagarás —gimió, doblado sobre sí mismo en el lecho de paja—. ¡Te mataré con mis manos, lo juro!

La pesada puerta blindada se cerró de golpe. Tyrion oyó el tintineo de las llaves.

Para ser tan pequeño tenía una boca muy grande. Aquella era su maldición, reflexionó mientras se arrastraba hacia el rincón de lo que los Arryn llamaban, no sin cierto humor, su mazmorra. Se acurrucó bajo la fina manta que era todo su lecho, y se dedicó a contemplar el cielo azul y las montañas lejanas que parecían extenderse hasta el infinito.



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