Juan Moreira (V1.1) by Eduardo Gutiérrez

Juan Moreira (V1.1) by Eduardo Gutiérrez

autor:Eduardo Gutiérrez [Gutiérrez, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato
publicado: 1879-12-14T23:00:00+00:00


El último asilo

Moreira tomó rumbo al oeste y empezó a galopar de una manera vertiginosa.

Había descubierto su cabeza, que azotaba el viento, haciendo ondular su negra cabellera, que parecía el estandarte de la muerte.

Vagaba y corría a impulsos de su valiente caballo, como si quisiera llegar pronto al punto que había fijado en su ardiente imaginación.

Cuando el alba empezaba a iluminar pálidamente el horizonte, Moreira detuvo su caballo como para orientarse del camino recorrido y del que debía seguir.

Se hallaba en los alrededores de 25 de Mayo, pueblo fronterizo donde iban a comerciar los indios amigos y donde no conocían a Moreira, tal vez ni de nombre.

El paisano dejó el camino a la izquierda y galopó aún unas dos leguas en dirección a San Carlos, fortín que pertenecía a la frontera oeste y donde había estado años atrás tomando parte en aquel sangriento combate que dio Calfucurá al frente de cinco mil lanzas y en el que tanto se distinguió el valiente coronel Borges.

Teniendo a la vista aquel fortín glorioso, Moreira echó pie a tierra; sacó el freno al overo y se sentó sobre su manta, poniendo al Cacique a su lado.

¡Cuánta diferencia había de su situación presente, al porvenir feliz que le sonreía cuando cruzó por primera vez aquellos parajes solitarios! Entonces era un hombre honrado y un soldado valiente.

Hoy se veía declarado bandido y el porvenir que se le ofrecía era una muerte horrorosa o un regimiento de línea.

Entregado a estos tristes pensamientos, Moreira pasó toda la mañana, mientras su overo se reponía del fuerte galope de la noche anterior.

A la siesta, la fatiga del cuerpo empezó a entrecerrar sus ojos, reclamando también un reposo harto necesario después de las emociones sufridas y la marcha rápida.

Moreira sacó del tirador sus armas; se colocó en la posición que conocen nuestros lectores, y poco después dormía profundamente, confiado en la vigilancia del Cacique.

Cuando Moreira despertó, empezaba a caer la tarde, y uno que otro jinete se veía a lo lejos cruzar para el fortín.

Sin duda alguna, eran soldados que volvían de la descubierta.

El gaucho recogió sus armas, cinchó de nuevo y enfrenó al overo, subió al Cacique a las cabezadas y montó ágil y nervioso.

Esta vez puso su caballo al trotecito y tomó rumbo a 9 de Julio, recostándose al lado de la Tapera de Díaz, donde estaba acampado el cacique amigo Simón Coliqueo, con su tribu compuesta de unos cuatrocientos individuos entre chusma, lanzas y medias lanzas, que son los indios de quince a veinte años.

Los toldos de Simón Coliqueo, en la Tapera de Díaz, estaban completamente militarizados y dependían directamente del jefe de la frontera oeste.

Como aquellos indios recibían ración y sueldos del gobierno, se habían ido a establecer allí algunos pulperos desalmados que por ganar algunos pesos viven, como suele decirse, con la vida en un hilo; pulperías que, bajo el pomposo título de casas de negocio, eran las posadas donde el escaso viajero podía echar un trago y descansar una noche.

Los indios solían salir a las



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