Jerusalén by J.J. Benítez

Jerusalén by J.J. Benítez

autor:J.J. Benítez [Benítez, J.J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Ciencia ficción, Histórico
editor: Planeta
publicado: 1983-12-31T23:00:00+00:00


7 DE ABRIL, VIERNES

Un silencio extraño había caído sobre el campamento. Yo sabía que aquélla no iba a ser una noche como las anteriores pero, a pesar de ello, noté en el ambiente una especie de pesada turbulencia. Como si miles de fantasmas —quizá esos «mensajeros invisibles» a los que se había referido Jesús— planeasen sobre las copas de los olivos, agitando, incluso, las menguadas lenguas de fuego frente a las que yo permanecía. Y un escalofrío agitó mi espalda.

El campamento dormía cuando, al filo de las doce de la noche, y una vez que Jesús y sus tres discípulos se perdieron entre las hileras del olivar, me levanté, advirtiendo a Eliseo que me dirigía al extremo norte del huerto. Con una rápida mirada recorrí las tiendas, la almazara y los cuerpos dormidos de los griegos y, una vez seguro de que todo se hallaba en calma, encaminé mis pasos hacia el muro que bordeaba el huerto por la cara Este y que yo había explorado ya en mi primera visita a la finca de Getsemaní. Antes de desaparecer monte arriba, David Zebedeo me había anunciado que, de mutuo acuerdo con Juan Marcos, llevarían a cabo una vigilancia extra. Él, en las proximidades de la cima del Olivete —cubriendo así el flanco oriental del campamento— y el muchacho, en el sendero que serpenteaba junto a la puerta de entrada al huerto y que moría en el puente sobre el barranco del Cedrón. De esta forma, si la policía del Templo intentaba asaltar el refugio del Nazareno —bien por el camino más corto: el del Cedrón o por la cumbre del Olivete—, Marcos o el Zebedeo podrían dar la alerta, respectivamente. Pero los acontecimientos iban a desarrollarse de otra forma…

Lentamente, procurando ocultarme entre la masa de árboles, fui avanzando hacia la gruta, sin perder contacto en ningún momento con el parapeto de piedra. De acuerdo con las consignas de Caballo de Troya, mi observación de la llamada por los cristianos «la oración del huerto» debía efectuarse sin que los protagonistas de la misma tuvieran conocimiento o sospecha de mi presencia. Para ello debía saber con precisión en qué lugar permanecerían los tres apóstoles y dónde pensaba orar el Maestro. Si Jesús, como suponía, elegía las proximidades de la cueva, mi escondite sería precisamente aquella pared que cercaba la propiedad de Simón, «el leproso».

Eliseo llevaba razón. Tal y como me había advertido horas antes, la fuerte perturbación en los altos niveles de la atmósfera —al este de Palestina— empezaba a notarse sobre Jerusalén. Un viento cada vez más insistente y bochornoso agitaba los árboles, silbando como un lúgubre presagio por entre las tortuosas ramas y raíces de los olivos. El cañafístula que crecía junto a la caverna castañeteaba cada vez con más fuerza, ayudándome a orientarme.

Al alcanzar el fondo del huerto descubrí enseguida la figura del Galileo, en pie y con la cabeza baja, casi clavada sobre el pecho. Se encontraba, en efecto, a cuatro o cinco metros de la entrada de la gruta, en mitad del reducido calvero existente entre el olivar y la peña.



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