Japón inexplorado by Isabella Bird

Japón inexplorado by Isabella Bird

autor:Isabella Bird [Bird, Isabella]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 1879-12-31T16:00:00+00:00


CARTA 26

Odate. 29 de julio

He padecido tanto de mi columna vertebral que durante varias jornadas me ha sido imposible viajar más de doce o catorce kilómetros al día, y eso con gran dificultad. Lo intento en mi montura, luego en una montura de carga, después a pie por un lodazal… pero solo avanzo porque avanzar es una necesidad y nada más llego al lugar donde vamos a pasar la noche, debo acostarme inmediatamente. Únicamente las personas fuertes pueden viajar por el norte de Japón. La fatiga inevitable se agrava por las condiciones meteorológicas y es indudable que mis impresiones del país también se están viendo afectadas por ellas, pues una aldea en medio de un barrizal vista un día de niebla plomiza o de lluvia torrencial es mucho menos placentera que contemplada un día de sol radiante. La gente de aquí dice que en treinta años no han conocido un verano tan horrible como este. Las lluvias han sido tremendas. He vivido con la ropa siempre empapada a pesar de mi capa impermeable y he dormido en una camilla igualmente empapada no obstante todas las cubiertas igualmente impermeables. Así un día tan otro. Y lo que es peor: el tiempo no tiene pinta de mejorar y los ríos amenazan desbordarse. Ito muestra su simpatía por mi estado con un talante avinagrado, aunque a veces tiene la sensatez de decirme:

—Lo siento mucho por usted, señorita, pero de nada sirve que se lo repita una y otra vez. En fin, ¡qué puedo hacer! Lo mejor será que mande llamar a un ciego.

En las ciudades y pueblos de Japón a última hora de la tarde se oye a uno o a varios hombres silbar con un sonido peculiar y grave mientras caminan. En las ciudades grandes el ruido que hacen es una verdadera molestia. Son los ciegos. Jamás se ve a un ciego pidiendo limosna en todo Japón. Aquí los ciegos forman una clase social independiente, respetada y relativamente acomodada. Dar masajes, prestar dinero y cantar o tocar instrumentos musicales son sus oficios.

El trayecto desde Toyota ha sido muy duro. La lluvia fue incesante todo el día y entre la bruma asomaban en el horizonte lomas, yermos con pinos y matorrales, arrozales anegados. Había aldeas al lado del camino que eran barrizales donde la gente, con ropas especialmente andrajosas y sucias, caminaba con todo el pie metido en el lodo. Hinokiyama, un poblado de samuráis, era la excepción con buenas casas separadas unas de otras, bonitos jardines, portones con aleros, terrazas levantadas con piedras y aspecto elegante y confortable. En todas partes se veía índigo, una necesidad ya que la mayoría de las prendas de vestir de las clases más bajas son de color azul. En las cercanías de un pueblo grande, mientras cabalgaba por un camino elevado entre arrozales con Ito montado delante en la acémila, nos encontramos con un grupo de niños que volvían de la escuela. Cuando se acercaron a nosotros y nos vieron, se dieron media vuelta y salieron corriendo dando gritos.



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