James y el melocotón gigante by Roald Dahl

James y el melocotón gigante by Roald Dahl

autor:Roald Dahl [Dahl, Roald]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1961-04-22T16:00:00+00:00


22

A los pocos minutos todo estaba listo.

En la cubierta del melocotón estaba todo de lo más tranquilo. No se veía a nadie, a nadie excepto al Gusano.

La mitad del Gusano, que parecía una gran salchicha gorda y rosada, reposaba plácidamente al sol, para que la vieran las gaviotas.

La otra mitad colgaba en el interior del túnel.

James estaba agazapado al lado del Gusano, en la entrada del agujero, esperando a la primera gaviota. En sus manos llevaba un lazo corredizo de seda.

El Viejo Saltamontes Verde y la Mariquita estaban un poco más abajo, sujetando la cola del Gusano y dispuestos a tirar de él tan pronto como James diera la orden.

Y aún más abajo, en el interior del hueso del melocotón, el Gusano de Luz iluminaba la estancia para que los dos tejedores, el Gusano de Seda y Miss Araña, pudieran ver lo que hacían. El Ciempiés estaba también allí arengándoles acaloradamente para que no cesaran ni por un momento en la labor, y de vez en cuando James podía oír su voz gritando: ¡Teje Gusano de Seda, teje, gordo bruto perezoso, más rápido o te echaré a los tiburones!

—Ahí viene la primera gaviota —susurró James—. Estáte quieto ahora, Gusano. No te muevas. Y vosotros, listos para tirar de él.

—Por favor, no dejes que me pique —rogó el Gusano.

—No te preocupes, no lo permitiré.

Silencio…

Por el rabillo del ojo, James vio cómo la gaviota se lanzaba en picado hacia el Gusano. Y de pronto la tuvo tan cerca que pudo ver sus pequeños ojos negros y su pico curvado. Llevaba el pico abierto, dispuesta a arrancar un buen trozo de carne del lomo del Gusano.

—¡Tirad! —gritó James.

El Viejo Saltamontes Verde y la Mariquita dieron un violento tirón a la cola del Gusano y, como por arte de magia, el Gusano desapareció en el interior del túnel. Al mismo tiempo se alzó la mano de James y la gaviota se metió de cabeza en el lazo de seda.

El lazo, que había sido hecho con gran pericia, se apretó lo justo (pero no demasiado) en torno al cuello, y la gaviota quedó apresada.

—¡Hurra! —gritó el Viejo Saltamontes Verde, sacando la cabeza por el agujero—. ¡Buen tiro, James!

La gaviota se elevó en el aire y James soltó cuerda. Cuando había soltado unos cincuenta metros, ató la cuerda al rabo del melocotón.



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