Isabel de España by William Thomas Walsh

Isabel de España by William Thomas Walsh

autor:William Thomas Walsh [Walsh, William Thomas]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones Palabra
publicado: 2013-11-18T23:00:00+00:00


XVIII

EL CONFLICTO ENTRE MOROS Y CRISTIANOS

BOABDIL

RELACIONES CON FRANCIA

TARRAGONA

Se ha dicho de Isabel que era una mística que se las ingenió para llevar la vida de una contemplativa en medio de sus absorbentes ocupaciones familiares y de una carrera pública asombrosamente activa; en su misticismo no había, sin embargo, nada del soñoliento quietismo oriental que se niega a escuchar las llamadas de la realidad y se refugia en una pasividad subjetivista. Como todos los grandes místicos occidentales –como Santa Teresa, Santa Catalina de Siena o San Ignacio de Loyola–, Isabel era profundamente consciente de los problemas de su tiempo y de sus deberes con respecto a ellos; y, también como estos místicos, la reina encontraba en la oración la fuerza motriz para emprender grandes y heroicas acciones. Cuando surgían los problemas graves, se echaba humildemente a los pies del Señor; pero, después de acudir a Él, llena de confianza, se entregaba a la parte que le correspondía con tal energía que hubiera sido motivo de admiración para aquellos «cabezas redondas» cuyo lema era: «Confía en Dios y ten seca tu pólvora».

Si alguna vez, mientras cabalgaba de ciudad en ciudad, de castillo en castillo, reclutando nuevas levas y alzando la quebrantada moral de su gente, le hubiera asaltado la idea de la existencia de un demoledor e irresistible Destino, probablemente se habría burlado de ella. La habría despreciado, como despreciaba a los astrólogos y a los que adivinaban el futuro, así como a toda manifestación de esa desconfianza, típicamente oriental, propia de la voluntad humana, que no es en definitiva sino una forma de desesperación. Profundamente imbuida de las conclusiones, si no de todos los razonamientos, de la filosofía de Santo Tomás, no podía por menos que ver una forma indirecta de ateísmo en ese Destino que se extendía como una sombra sobre las creencias del Islam. Y seguramente, si hubiera oído hablar de la teología calvinista o del determinismo de Thomas Hardy, los habría considerado como una reaparición del viejo maniqueísmo. Creía en la Voluntad de Dios, sí, y en que esa Voluntad era Todopoderosa; pero Dios era un Padre universal que amaba tanto a sus criaturas que, en su omnipotencia, podía concederles y les había concedido la capacidad de ser libres; y a aquellos que le buscaban con sincero corazón Él les otorgaba en ocasiones el poder de hacer hasta lo imposible. Isabel se movía a través del laberinto de problemas planteados acerca de la Voluntad de Dios, que tanto han desconcertado a los filósofos, con la misma decisión con que el Doctor Johnson rebatía a Berkeley mediante el procedimiento de mover una piedra. Si alguien le hubiera pedido una prueba de que Dios realmente escucha las oraciones de los hombres, probablemente le habría respondido: «A las mías sí que contesta».

Su guerra no era un simple conflicto entre reyes y hombres; se trataba de una lucha a muerte entablada por dos filosofías, dos concepciones distintas del destino del hombre; la desesperanza contra la esperanza, las estrellas contra los santos, las



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