Imperium (Esp.) by Robert Harris

Imperium (Esp.) by Robert Harris

autor:Robert Harris [Harris, Robert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Historischer Roman
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


SEGUNDA PARTE

Pretoriano

68 - 64 a. C.

Nam eloquentiam quae admirationem non habet nullam iudico.

La elocuencia que no despierta admiración, no la considero elocuencia.

CICERÓN, carta a Bruto, 48 a. C.

X

Me propongo reanudar mi relato en un momento situado dos años después del final del último rollo, una elisión que me temo dice mucho de la naturaleza humana, porque si alguien me preguntara: «Tiro, ¿por qué te saltas un período tan largo de la vida de Cicerón?», me vería obligado a contestarle: «Amigo mío, porque esos fueron años de felicidad, y hay pocos asuntos cuya lectura resulte más aburrida que la felicidad».

El trabajo de edil del senador fue todo un éxito. Su principal responsabilidad consistió en mantener la ciudad debidamente abastecida de grano a buen precio y en esa tarea su acusación contra Verres le rindió grandes recompensas. Para demostrarle su gratitud, los campesinos y comerciantes de grano de Sicilia no solo mantuvieron los precios bajos, sino que en una ocasión incluso le enviaron un cargamento gratis. Cicerón fue lo bastante astuto para asegurarse de que otros compartían el regalo. Desde la sede de los ediles en el templo de Ceres hizo distribuir aquel envío al centenar de jefes de distrito que realmente gobernaban Roma, los cuales, agradecidos, se convirtieron en sus clientes. A lo largo de los meses siguientes organizó con su ayuda una maquinaria electoral que no tenía rival (Quinto presumía de que podía sacar a la calle a una multitud de doscientas personas en menos de una hora y donde hiciera falta). Así pues, no sucedía nada en la ciudad que Cicerón no supiera. Por ejemplo, si algunos constructores o un comerciante necesitaban cierto permiso o licencia, si deseaban conectar sus instalaciones a la red de suministro de agua, o si les preocupaba el estado de algún templo de su zona, tarde o temprano sus problemas llegaban a los oídos de los hermanos Cicerón. Fue esta minuciosa atención a los detalles tanto como su magnífica retórica, lo que hizo de Cicerón un formidable político. Incluso organizó unos juegos estupendos —en realidad fue Quinto quien se ocupó de hacerlo en su nombre—, y en el momento culminante del Festival de Ceres, cuando, de acuerdo con la tradición se soltaron zorros en la arena del Circo Máximo con antorchas encendidas atadas al lomo, los doscientos mil espectadores se levantaron de sus asientos para aclamarlo en el palco oficial.

«Que haya tanta gente que disfrute con tan abominable espectáculo —me comentó cuando regresó a casa esa noche— es algo que casi consigue que dude de los principios en que se basa la democracia.» A pesar de todo, le complacía que las masas lo consideraran alguien de fiar y que lo apodaran el Erudito o el Griego.

Las cosas también le fueron bien en la práctica de la abogacía. Hortensio, tras un año típicamente tranquilo y sin problemas ejerciendo de cónsul, pasaba cada vez más tiempo en la bahía de Nápoles, en compañía de sus enjoyados peces y sus viñedos, y dejó que Cicerón se hiciera con el dominio absoluto de los tribunales romanos.



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