I de Inocente by Sue Grafton

I de Inocente by Sue Grafton

autor:Sue Grafton
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Intriga, Policíaco
publicado: 1993-08-31T16:00:00+00:00


Capítulo 12

Estacioné el coche delante de mi casa, entré el maletín, cogí el chubasquero, que suelo dejar colgado detrás de la puerta, y caminé hasta el muelle. El sol no se había puesto aún, pero la luz mostraba ya un matiz grisáceo. Los ocasos prolongados eran usuales en aquellos días de diciembre, las sombras se condensaban detrás de los árboles mientras el cielo conservaba el color del aluminio recién lavado. Al final del crepúsculo, las nubes tomarían un color morado y azul, y los últimos estertores del astro rey perforarían con flechas rojizas la inminencia de la noche. En California y en invierno, por la noche suele hacer entre diez y quince grados centígrados. En verano también, lo que significa que todas las noches del año hay que dormir con el edredón encima.

A mi derecha, a unos cuatrocientos metros, el tentáculo largo y delgado del rompeolas se curvaba alrededor de la dársena, abrazando los botes de vela que flotaban en el recinto. El océano daba cabezazos contra el malecón, y el oleaje, coronado por un penacho de espuma, avanzaba de derecha a izquierda. El embarcadero que se extendía a mis pies parecía desplazarse como empujado por las olas. De los pesados maderos empapados y brillantes ascendía el olor de la creosota como si fuese vapor. La marea estaba alta, el agua parecía tinta china y los barrotes metálicos estaban manchados por la humedad. Había vehículos circulando por el embarcadero y el rumor de las tablas sueltas se transmitía a lo largo de la estructura como un pequeño terremoto. Se estaba levantando la niebla, arrastrando consigo el olor húmedo y penetrante de las algas. En la orilla, en lo que llamaban la dársena de los pobres, había barcas negras amarradas.

Las luces del puerto parecían brillar con frialdad sobre el sombrío telón de fondo del océano. El Marina Restaurant estaba iluminado como una feria y los alrededores olían a carne y pescado a la brasa. Uno de los porteros se dirigió al trote hacia el extremo del aparcamiento para recoger un vehículo. Las gaviotas descansaban en el tejado de la tienda de artículos de pesca y las dos vertientes de tipias estaban cubiertas por la pasta amarillenta de los excrementos acumulados. Los pescadores recogían los aparejos entre el crujido de las poleas y un pelícano se paseaba en busca de limosna alimenticia mirando a todas partes con ojos que parecían canicas de vidrio.

Me volví hacia la ciudad y vi los negros montes sembrados de puntos luminosos. La 101 discurría en sentido paralelo a la playa, que en aquel tramo daba un giro inesperado de este a oeste. Al otro lado de los cuatro carriles, los edificios de una y dos plantas del barrio comercial perfilaban State Street en sentido perpendicular y se encogían en la lejanía como en un ejemplo gráfico de un manual de perspectiva. Las palmeras ponían un oscuro contrapunto a la luz artificial que comenzaba a bañar el centro con su resplandor amarillo.

El sol se había ocultado ya, pero



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