Hyperion by Dan Simmons

Hyperion by Dan Simmons

autor:Dan Simmons [Simmons, Dan]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T05:00:00+00:00


¿Dónde está el Poeta? ¡Mostradlo! ¡Mostradlo,

musas mías, para que yo lo conozca!

Es el hombre que ante otro hombre

es un igual, trátese de un rey

o del mendigo más pobre,

o de cualquier otra maravilla

que un hombre pueda ser, de simio a Platón.

Es el hombre que ante un pájaro,

abadejo o águila, halla el camino

hacia sus instintos. Ha oído

el rugido del león y sabe

qué expresa esa garganta lasciva,

y el aullido del tigre

le habla y le acaricia el oído

como la lengua materna.

—¿Dónde consiguió esa botella de vino? —preguntó Kassad.

Silenus sonrió. Los ojillos le brillaban bajo el fulgor del farol.

—La cocina está bien aprovisionada y hay un bar. Lo he declarado abierto.

—Tendríamos que preparar la cena —comentó el cónsul, aunque en ese momento sólo deseaba un sorbo de vino. Pero habían transcurrido más de diez horas desde la última comida.

Oyeron un crujido y un ronroneo a estribor y los seis se apresuraron a la borda de ese lado. La pasarela había subido. Se volvieron de nuevo cuando se desplegaron las velas, se tensaron las líneas y un volante lanzó un zumbido ultrasónico. Las velas se hincharon, la cubierta escoró, y la carreta eólica se alejó del muelle para internarse en las tinieblas. Los únicos sonidos eran los chasquidos y crujidos de la nave, el rumor distante del volante y los arañazos de la hierba contra el fondo del casco.

La sombra del cerro quedó atrás y la fogata que habían encendido se redujo a un tenue destello de luz estelar sobre la madera pálida. Pronto tuvieron ante ellos sólo cielo y noche y los oscilantes círculos de luz de los fanales.

—Iré abajo a preparar alguna cosa de comer —dijo el cónsul.

Los demás se quedaron arriba, sintiendo el vaivén y el ronroneo en las plantas de los pies y mirando pasar la oscuridad. El Mar de Hierba sólo era visible donde terminaban las estrellas y comenzaba una indiferenciada oscuridad. Kassad usó una linterna para iluminar la lona y los aparejos, las líneas tensadas por manos invisibles; y luego revisó hasta el último rincón y recoveco de proa a popa. Los demás observaban en silencio. Cuando Kassad apagó la linterna, la oscuridad parecía menos opresiva y la luz estelar más brillante. La brisa que barría mil kilómetros de hierba les trajo un olor rico y fértil; no un aroma marino, sino a granja en primavera.

El cónsul los llamó y bajaron a comer.

La cocina era estrecha y no había mesa, así que se instalaron en la cabina grande a popa, improvisando una mesa con tres baúles. Cuatro faroles que colgaban de las bajas vigas iluminaban la habitación. Sopló una brisa cuando Het Masteen abrió una de las altas ventanas que había encima de la cama.

El cónsul descargó los platos con bocadillos en el baúl más grande, volvió a la cocina y regresó con gruesas tazas blancas y un termo de café. Lo sirvió mientras los demás comían.

—Esto está muy bueno —apreció Fedmahn Kassad—. ¿Dónde consiguió la carne?

—La nevera está llena. Y hay otro congelador grande en la despensa de popa.

—¿Es eléctrica? —preguntó Het Masteen.



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