(Hornblower, 10) Lord Hornblower by Forester_ C. S

(Hornblower, 10) Lord Hornblower by Forester_ C. S

autor:Forester_ C. S.
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Aventuras
ISBN: 9788435035361
editor: papyrefb2tdk6czd.onion
publicado: 1946-06-01T21:00:00+00:00


CAPÍTULO XIII

El hecho de no haberse desnudado reveló a Brown, Dobbs y Howard que el comodoro no se había encontrado tan sereno y confiado como pretendía aparentar, pero ninguno de los tres fue tan insensato como para comentarlo. Brown se limitó a levantar la cortina y dar el parte.

—Está amaneciendo, señor. Frío y algo de niebla. Ha terminado el reflujo, señor, y aún no hay noticias del capitán Bush y la flotilla.

—Bien —dijo Hornblower, levantándose muy erguido.

Bostezó, y al hacerlo notó la barba crecida en las mejillas. Deseaba saber qué había sido de Bush, y no sentirse tan desaseado y sucio. Quería desayunar, pero le interesaba más aún tener noticias de Bush. Estaba muy cansado, a pesar de haber dormido varias horas de un tirón. Y entonces apartó el cansancio en una lucha personal y directa, como la de Cristián y Apollyon3.

—Prepáreme un baño, Brown. Dispóngalo mientras me afeito.

—Sí, señor.

Hornblower se despojó de las ropas y se rasuró junto al palanganero del rincón. Apartó los ojos de su imagen desnuda, reflejada en el espejo, de sus flacas y peludas piernas bajo el abdomen algo prominente, con tanta decisión como distrajo el pensamiento de la fatiga y de la ansiedad por Bush. Brown y un soldado de Marina entraron con la bañera y la dejaron en el suelo, a su lado. Hornblower, pasando con cuidado la navaja por las comisuras de los labios, oyó vaciar en el baño unos cubos de agua caliente. Pasó un rato hasta que dieron con la proporción correcta para una temperatura adecuada. El comodoro se metió en el agua, sumergiéndose con un suspiro de satisfacción; al hacerlo derramó gran cantidad por los lados, pero no hizo el menor caso. Pensó en enjabonarse, pero no quiso tomarse la molestia, y en su lugar se retrepó bien con los ojos cerrados, para remojarse y dar alivio a los miembros.

—¡Señor!

La voz de Howard le hizo abrir los ojos.

—Se ven bajar dos lanchas por el estuario, señor. Sólo dos.

Bush se había llevado siete a Caudebec. Hornblower tuvo que esperar a que Howard terminara su relato.

—Una de ellas es la falúa de la Camilla, señor. Puedo reconocerla con el catalejo. No creo que la otra sea de la Nonsuch, pero no estoy seguro.

—Muy bien, capitán. Me reuniré con usted al instante.

Ruina y destrucción; cinco lanchas perdidas de siete, y Bush también, al parecer. La voladura del tren de sitio francés (si había podido realizarse) compensaba la pérdida de toda la flotilla para quien pudiera sopesar fríamente los pros y los contras. ¡Pero Bush muerto! Hornblower no podía resistir tal idea. Saltó del baño y buscó en torno suyo una toalla. No vio ninguna, así que, exasperado, tiró de una sábana y se secó. Sólo cuando estuvo seco, al buscar la camisa limpia, encontró las toallas junto al lavabo, donde debían estar. Se vistió apresuradamente, y a cada momento era mayor su ansiedad y su pena a causa de Bush. El primer golpe no había sido tan fuerte como esta creciente confirmación de su pérdida.



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