Hombre lobo by Gherbod Fleming

Hombre lobo by Gherbod Fleming

autor:Gherbod Fleming [Fleming, Gherbod]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2001-06-29T04:00:00+00:00


Capítulo trece

Kaitlin olió la cerveza en cuanto abrió la puerta. El aroma le devolvió varios recuerdos que creía casi olvidados. También trajo consigo una punzada de nostalgia… y por eso hubiera deseado que estuvieran olvidados del todo. Encontró a Arroyo en la cocina, sentado a la mesita. Tenía los ojos hinchados y estaba rodeado por una impresionante colección de latas de cerveza vacías y desparramadas por todas partes. Se detuvo en el umbral de la puerta y lo fulminó con la mirada. Él la observó sin el menor interés.

—¿Qué demonios…? —había visto cosas peores. Había hecho cosas peores. Pero no en aquella casa—. ¿Qué es todo esto? —preguntó.

—Has vuelto —dijo Arroyo—. Si es que alguna vez has estado aquí de verdad.

—¿Qué? —hizo un recuento mental de las latas—. Era una caja entera de cervezas.

Arroyo habló lenta, cuidadosamente, pero a pesar de ello no logró articular las palabras con claridad.

—No. Veintiuna. Con las dos de anoche eran veintitrés. Te faltaba una lata para tener una caja.

—Sí, y ahora me falta una caja para tener una caja. ¿Qué estás haciendo? —le dio una patada a las dos latas vacías que habían caído al suelo. Él la miró con aire burlón, como si no entendiera la pregunta—. ¿Sabes por qué estaba esa cerveza ahí?

La miró con mayor perplejidad.

—Esa cerveza —le explicó, en absoluto complacida— esa caja de cervezas que había comprado, ha estado en esa nevera desde que me mudé a esta casa, hace dos años. Me bebí la lata que falta la primera noche que pasé aquí y ésa ha sido la última vez que he probado el alcohol y la última vez que pienso hacerlo.

Arroyo la miró y parpadeó. Su frente se arrugó.

—No compren…

—Es evidente que no —le interrumpió ella—. Durante dos años he mirado esas latas cada día y aunque hay muchas cosas que no sé, lo que sí sé es que no tienen ningún poder sobre mí. Ya no.

—¿Para qué… para qué tenerlas si no es para beberlas?

—Si no lo entiendes, no servirá de nada que trate de explicártelo. El no bebérmelas es mi manera de… era mi manera de, no sé… de tener el control. Podía mirarlas y saber que era mejor que eso. Podía beberlas o podía no hacerlo. La decisión era mía.

Empezó a hacerse luz en los ojos de Arroyo. Asintió con lentitud.

—Era una capilla.

—¿Qué?

—Era una capilla a tu fuerza de voluntad —continuó, ya no reservado sino malhumorado— y yo la he profanado. Ahora querrás que me vaya.

—¿De qué estás…? Eres muy raro, ¿sabes? —raro, pensó, y letal. Las imágenes de aquel hombre de pie frente al bar, con un cuerpo cargado al hombro, empezaron a pasar por sus pensamientos. El sol invernal casi se había puesto y sus racionalizaciones diurnas empezaron a ceder terreno frente a los temores de la noche. ¿Por qué estaba desafiando a aquel asesino? Que no la hubiera matado la noche anterior no significaba que no fuera a hacerlo ésta. Y sin embargo había en su sarcasmo de la pasada noche y en sus remordimientos de aquel día algo que la enfurecía—.



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