Historias romanas by Georges Dumézil

Historias romanas by Georges Dumézil

autor:Georges Dumézil [Dumézil, Georges]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1995-12-31T16:00:00+00:00


Las reflexiones que suscita este tríptico no se refieren a la escena del Capitolio, sino a sus otras dos partes.

Tito Livio explica, en efecto, que la iactura de los magistrados honorarios, organizada como un sacrificio, tenía por objeto animar a los plebeyos, sin duda a sus homólogos, los ancianos plebeyos, a que se dejaran matar en la ciudad. Pero ¿por qué estos ancianos plebeyos, a los que nada retenía, no partieron a pie o en vehículos de parientes o de amigos al menos hasta el Janículo? L. Albinio, evidentemente, no era el único que disponía de una carreta. Plutarco justifica el hecho de otra manera: los sacerdotes y los magistrados honorarios no soportaron siquiera la idea de abandonar la ciudad, τὴν μὲν πόλιν ἐκλιπεῖν οὐχ ὑπέμεινον. Pero ¿no sería esto una debilidad en vez de heroísmo? Roma tiene siempre necesidad de sus consulares, cualquiera que sea su edad, y de sus sacerdotes, cualquiera que sea su especialidad. Y puesto que los ancianos ciertamente no [pg. 217]desesperan del porvenir de Roma, que la guarnición del Capitolio va a preservar, ¿acaso no era su deber conservar intacta, para que pudiese renacer, la reserva de dignidad, de autoridad y también de sabiduría de que ellos eran los depositarios? Estas explicaciones divergentes, sin duda, no hacen sino encubrir, humanizándolo, un hecho puramente religioso: una deuotio, con la intención más profunda de este sombrío ritual, que consiste en consagrar a los dioses infernales (se diis Manibus consecrant, puntualiza Floro), no sólo a sus personas, sino también al ejército enemigo[13]. El hecho de que, según Plutarco, unos sacerdotes distintos de las vestales y de quienes las acompañan se sacrifiquen al mismo tiempo que los consulares y los triunfadores recalca el valor de primera función —por lo mismo total: sacerdotium e imperium—, que los autores del relato han querido atribuir diferencialmente a este episodio. La primera actitud que se atribuye a los galos rinde testimonio en el mismo sentido: la mayoría de los autores puntualiza que hasta el momento en que uno de los ancianos propina un bastonazo los invasores mantienen su actitud de ueneratio, como si tuvieran ante ellos a seres divinos: “simillimos dis”, escribe Tito Livio; “sedentes in curulibus suis praetextatos senes uelut deos geniosque uenerati”, dice Floro; “durante mucho tiempo —asevera Plutarco— vacilaron en tocarlos, en acercarse a ellos, como si hubieran estado en presencia de una esencia superior, ὡς κϱείττοσι”.

En cuanto al desalojo de la “masa” del pueblo, por sí solo bastaría, dado su volumen humano, para evocar la tercera función, así como —habida cuenta de la evolución del concepto de “pueblo” desde los tiempos etruscos— el hecho de que esta masa sea maxime plebis y que el personaje que allí se distingue, L. Albinio, sea de plebe homo. Pero lo más característico es el papel eminente que allí se le atribuye de pronto al dios canónico de esta función. Remitámonos, para verificarlo, a los relatos de Tito Livio y a los de Plutarco: es, a través de toda esta historia, la única



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