Historias de Ninguno by Pilar Mateos

Historias de Ninguno by Pilar Mateos

autor:Pilar Mateos [Mateos, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Infantil y juvenil
publicado: 1981-06-30T22:00:00+00:00


Estaba a punto de conseguirlo, cuando una ráfaga violenta lo levantó en volandas, y allá se fue, cruzando el aire entre pájaros asustados, periódicos que batían sus alas de abecedario y cajas de cartón boquiabiertas.

—¡Ay de mí! —gemía el niño—. ¿Dónde iré a parar?

6 Piloto del viento

VOLABA por encima de los árboles, sobre el tejado del colegio y los campanarios de las iglesias. Pasó rozando las agujas de la catedral y estuvo a punto de chocar contra la torre más alta del castillo.

—¡Deberías tener más cuidado! —interpeló al viento, enfadado—. No sé a qué vienen tantas prisas.

Y el viento, como si le hubiera escuchado, atemperó su marcha. El niño consiguió agarrarse a una antena de televisión y apoyar los pies sobre una cubierta de tejas azules; pero tenía miedo de resbalar y no se atrevía a soltarse.

En el tejado se abría la ventana de una buardilla, y una viejecita acababa de asomarse.

—¡Socorro! —voceó Ninguno.

La anciana no le oyó. Estaba llorando, y se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano.

—¡Ay, Dios mío! —se lamentaba—. ¿Dónde estará rocafú?

El niño pensó, sorprendido:

«Todo el mundo está hoy buscando un rocafú.»

En ese momento, una potente sacudida arrancó la antena de televisión, y allá salieron despedidos el niño y la antena, entre macetas y calcetines, libros de cuentos y cromos de colores. De un balcón salió disparada una radio, que se alejó velozmente sin parar de hablar:

Informe meteorológico: cielos despejados y vientos en calma. Temperaturas agradables. Pronóstico para mañana…

—¡Eh! —gritó el niño—. ¿Le parece a usted que hace buen tiempo? A ver si se fija, en lo que dice.

La radio ya estaba lejos y no le contestó.

—Debe de ser un aparato muy antiguo.

Estará dando noticias atrasadas.

Cuatro calles más arriba, el viento abrió las puertas y las ventanas de un almacén de juguetes. El cielo se llenó de aviones de cuerda y de barcos que desplegaron sus velas como palomas buchonas.

«¡Ay! ¡Ay!», pensaba Ninguno. «Me voy a dar un coscorrón. Ojalá lograra pilotar uno de esos aviones».

Un DC-1O plateado y brillante, con una cinta azul sobre las alas, planeaba bajo sus pies, pidiendo paso con las luces. Con un ágil movimiento, Ninguno se dejó caer en la cabina y trató de controlar los mandos.

Le costó un poco al principio, y tuvo que seguir, a la fuerza, la ruta que le imponía el viento; pero no se puso nervioso y, paso a paso, fue haciéndose con la dirección, sorteando gafas y bolígrafos, relojes y chimeneas, campanas locas que se reían solas y calendarios que despilfarraban el tiempo.

Conducía con tanta atención que no se dio cuenta de que un loro se había sentado al lado.

—Haga el favor de parar en Avenida quince —dijo el loro.

—Esto no es un taxi ni un autobús —replicó Ninguno, haciendo un quiebro para esquivar una maleta que venía de frente—. No se puede ir aterrizando por ahí, donde a la gente se le antoje.

—Esto no es un taxi ni un autobús —repitió el loro en tono de burla—. Yo tampoco soy gente. Me llamo Jeremías.



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