Historias de la Inquisición by Juan Eslava Galán

Historias de la Inquisición by Juan Eslava Galán

autor:Juan Eslava Galán [Eslava Galán, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1991-12-31T16:00:00+00:00


Decíamos ayer

Estamos viendo que la Inquisición sirvió a menudo para satisfacer mezquinas venganzas y resentimientos. El ejemplo más notorio lo tenemos en el proceso de fray Luis de León.

Fray Luis fue uno de los más cumplidos intelectuales de su tiempo, una eminencia universitaria, un gran poeta capaz de «abrir los horizontes de lo infinito con una sola palabra» (Menéndez Pelayo) y un vigoroso prosista cuyo ingenio, como dice Cervantes, «al mundo pone espanto».

En aquella época existía una gran rivalidad entre dominicos y agustinos, cuyas respectivas concepciones teológicas, escolástica y escrituraria, eran diametralmente opuestas. Los dominicos señoreaban la vida universitaria de Salamanca pero no pudieron evitar que fray Luis de León, agustino, obtuviera en 1561 la cátedra de teología en reñida competencia con el maestro Diego Rodríguez, dominico. Años después, fray Luis repitió su hazaña y obtuvo una segunda cátedra a la que también aspiraban los dominicos. Fray Luis tenía un carácter vehemente y una sólida formación intelectual, lo que hacía de él un temible oponente en la diatriba universitaria. Por otra parte, aunque era un platónico adicto a la armonía universal, parecía ignorar que en este país el éxito debe vestirse de humildad si no se quieren despertar resentimientos. Fray Luis los despertó casi sin esfuerzo entre los humillados dominicos. Ellos, malos perdedores, no supieron encajar que el frailecillo agustino se alzara con las cátedras a las que aspiraban.

La Universidad de Salamanca estaba embarcada en la colosal tarea de revisar y reimprimir la traducción de la Biblia a pesar de que en el reciente concilio de Trento habían despertado recelos las traducciones de los textos bíblicos, que eran consideradas una de las causas del protestantismo. En el espeso ambiente universitario de Salamanca dos profesores dominicos, los dos igualmente mediocres y resentidos, León de Castro y Bartolomé de Medina, se erigieron en adversarios de los traductores de la Biblia, el hebraísta Martín Martínez de Cantalapiedra y el catedrático de griego Gaspar de Grajal. No tuvieron que vencer grandes escrúpulos para añadir en el mismo lote a fray Luis de León, que había vertido al castellano el Cantar de los Cantares y además, en sus imprudentes manifestaciones, menospreciaba la Vulgata. La cabra siempre tira al monte, pensaron. Fray Luis no podía negar que llevaba sangre judía en sus venas.

Fray Luis había traducido el Cantar de los Cantares años atrás solo por complacer a una prima monja, Ana de Osorio. Por cierto que esta espléndida traducción del más grande poema de amor jamás escrito influiría decisivamente en nuestro más alto poeta, san Juan de la Cruz, también formado en las aulas salmantinas. A este propósito escribe Borges: «Quizá no huelga recordar que la más encendida obra de la lengua castellana, la de san Juan de la Cruz, proceda de este libro». Esto de que los frailes escribieran para monjas era cosa natural en aquel siglo que practicaba el casto platonismo a lo divino. Hubo otra monja, superiora de las carmelitas, Ana de Jesús Lobera, para la que san Juan de la Cruz compuso su Cántico espiritual y el propio fray Luis su Libro de Job.



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