Historias de la antigüedad by Arthur Conan Doyle

Historias de la antigüedad by Arthur Conan Doyle

autor:Arthur Conan Doyle [Doyle, Arthur Conan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2005-12-31T16:00:00+00:00


II. LA ELEVACIÓN DEL GIGANTE MAXIMINO

Habían transcurrido exactamente veinticinco años desde el día en que Theckla, el gigantesco campesino de Tracia, se había convertido en Maximino, el guardia de la escolta personal del César. No habían sido aquellos años buenos para Roma. Ya no se vivía en los gloriosos tiempos imperiales de Adriano y de Trajano. Tampoco era la época de oro de los dos antoninos, cuando, por una vez, los más dignos y los más sabios ocuparon los cargos más elevados. Había sido una época de hombres débiles y crueles. Severo, el moreno africano, hombre rígido y entero, había muerto allá lejos, en York, después de luchar durante todo el invierno con los montañeses de Caledonia, una raza que de entonces acá ha adoptado el atuendo marcial de los romanos. Su hijo, conocido únicamente por el apodo de Caracalla, había reinado durante seis años de rijosidad y crueldad propias de un loco, antes que el cuchillo de un soldado furioso vengase la dignidad del nombre de Roma. El insignificante Macrino había ocupado el peligroso trono durante un solo año, para luego encontrar la muerte sangrienta dejando paso al más absurdo de todos los monarcas, al indecible Heliogábalo, de alma dañina y rostro pintado. Éste fue, a su vez, despedazado por la soldadesca, y Severo Alejandro, joven encantador que apenas había cumplido los diecisiete años, fue colocado en su puesto. Gobernó por espacio de trece años, esforzándose, con cierto éxito, por inyectar alguna energía y estabilidad al imperio que se derrumbaba; pero levantó contra él en esa tentativa a muchos feroces enemigos, a unos enemigos a los que no tuvo ni energía ni talento para anular.

¿Y qué había sido, mientras tanto, del gigante Maximino? Había llevado sus dos metros y medio de humanidad por las tierras bajas de Escocia y por los desfiladeros de los Grampianos. Había visto morir a Severo y había servido bajo su sucesor. Había combatido en Armenia, en Dacia y en Germania. Le hicieron centurión sobre el campo de batalla cuando arrancó uno a uno, con sus propias manos, los pilotes de la empalizada de una población norteña, abriendo de ese modo camino para los asaltantes. Su fuerza física había provocado las bromas y la admiración de los soldados. Habían corrido por el ejército leyendas, que eran el comentario corriente en torno a las hogueras de los campamentos, sobre un duelo con un hachero germano en la isla del Rin, y cómo había roto una pata al caballo de un escita del puñetazo que le pegó. Se había ido abriendo camino hacia arriba gradualmente, y ahora, al cabo de un cuarto de siglo de servicio, era tribuno de la cuarta legión y jefe de reclutamiento para todo el ejército. El soldado novato sobre el que Maximino clavara su mirada furiosa, o al que levantara en vilo con una de sus manazas mientras le abofeteaba con la otra, recibía de ese modo su primera lección de disciplina en el servicio militar.

Cerraba la noche en el campamento de la cuarta legión, establecido en la orilla gálica del Rin.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.