Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano Tomo III by Edward Gibbon

Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano Tomo III by Edward Gibbon

autor:Edward Gibbon
La lengua: spa
Format: epub
editor: Turner
publicado: 2006-11-15T00:00:00+00:00


La libertad de Roma avasallada por las armas y ardides de Augusto, quedó rescatada tras siete siglos y medio de servidumbre, de la persecución de León Isáurico. Yacieron bajo las plantas de los Césares los triunfos de los cónsules; con el menoscabo y trastorno del Imperio, el dios Termino, el sagrado lindero, había ido cejando pausadamente del océano, del río, del Danubio y del Éufrates, y quedó Roma reducida a su territorio antiguo de Viterbo a Terracina, y desde Narni hasta la desembocadura del Tíber. 42 Arrojados los reyes, quedó enquiciada la república sobre el cimiento del pundonor y de la sabiduría. Su jurisdicción se promediaba entre dos magistrados anuales; siguió el Senado desempeñando la potestad administrativa y consultiva, y la autoridad legislativa se equilibró en los concejos populares con proporción a los haberes y los servicios. Los romanos, legos en las artes de lujo, se habían ido amaestrando desde lo primitivo en la ciencia del gobierno y de la guerra, era absoluta la voluntad del concejo; sagrados los derechos de cada individuo: había hasta ciento treinta mil ciudadanos armados para la defensa o la conquista, y una gavilla de salteadores y desterrados vino a cuajarse en una nación merecedora de la libertad y ambiciosa de gloria. 43 Soterrada la soberanía de los emperadores griegos, Roma toda escombros estaba manifestando un cuadro de menoscabo y despoblación: congeniábales ya la esclavitud y era su libertad un centellazo, un aborto en fin de superstición, y aun de asombro y pavor para ella misma. Hasta el mínimo rastro de la realidad y aun la plataforma de una constitución yacía borrada en la práctica y en el ánimo de los romanos y carecían de luces, y de pundonor para reedificar la mole de una república. Sus escasos restos prole esclava y advenediza, se hacía despreciable a los mismos bárbaros victoriosos pues para extremar los francos y lombardos en expresión de amargo menosprecio de algún enemigo, le apellidaban Romano, “y bajo este nombre dice el obispo Luitprando, ciframos cuanta ruindad, cobardía, perfidia, cuantos extremos de codicia y lujo, y cuantos vicios pueden tiznar en el señorío de la especie humana”. 44 Con la urgencia de su situación el vecindario de Roma tuvo que amoldarse desencajadamente a un sistema republicano; tuvieron que nombrar jueces para la paz y caudillos para la guerra; juntáronse los nobles para deliberar, pero sus acuerdos no pasaban a ejecutarse sin la concordia y anuencia de la muchedumbre. Revivió el estilo del Senado, y pueblo romano, mas no asomó su denuedo 45 y su nueva independencia se ajó con vaivenes y alborotos, con desenfreno y tropelías. Acudía la religión a la carencia de leyes, y la autoridad del obispo iba revisando sus consejos externos y caseros. Sus limosnas, sus sermones, su correspondencia con los reyes y prelados de Occidente, sus servicios recientes y su juramentado agradecimiento, fueron acostumbrando a los romanos a conceptuarlo el primer magistrado o príncipe de la ciudad. No se lastimaba la humildad cristiana de los papas con el



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