(Hildegarde Withers 12) Eslabones Débiles by Stuart Palmer

(Hildegarde Withers 12) Eslabones Débiles by Stuart Palmer

autor:Stuart Palmer [Palmer, Stuart]
Format: epub
Tags: det_crime
editor: www.papyrefb2.net


El café me estimula y el té también.

El alcohol me alegra más, pero ni siquiera el whisky Me hace lo que me haces tú.

Me gustan las coristas del Horseshos y del Stork,

Pero, alta y gloriosa,

Tú eres la chica más hechicera de Nueva York...

—Me quedo con Víctor Herbert —dijo la señorita Withers. La canción debía haber sido compuesta para Midge Harrington. ¿Era posible que Sprott guardara un recuerdo así, si había matado a la chica?

Encontró después una serie de estados de cuenta corriente; el saldo de los Sprott solía estar casi siempre en menos de los trescientos dólares. Un año atrás había en la cuenta sólo ocho con ochenta y cinco; pero el último balance mostraba poco menos de mil dólares. Había un cheque bastante cuantioso a nombre de la Federación Americana de Músicos, fechado en marzo, y desde entonces Riff se había mantenido al día con sus pagos.

La maestra buscó debajo de los cojines de los sillones, encontrando algunas monedas, un cortaplumas pequeño, libritos de fósforos y un imperdible con el que se pinchó el dedo. En el cajón de una mesa halló un viejo librito de direcciones, más no figuraban en él el nombre de Marika ni el de Midge Harrington.

No encontró armas en ninguna parte. Nada que relacionara a Sprott con Marika, ni siquiera un abrigo tipo militar, y el único sombrero que había era una vieja chistera. Lamentó que no hubiera cocina en el departamento, pues estaba segura de que en ella podría hallar algún indicio certero sobre la personalidad verdadera de los inquilinos. Como último recurso probó suerte en el cuarto de baño, más no encontró nada fuera de lugar, salvo algunos frascos de un específico para los malestares estomacales.

Acto seguido puso en práctica su plan B, y dedicó diez minutos a dejar pruebas de que el departamento había sido registrado disimuladamente. Revolvió las prendas interiores de Chloris, escarbó con un lápiz el contenido de los potes de crema faciales, desplazó levemente los muebles, y, como último toque artístico, sacó una colilla de cigarro que recogiera en la calle y la dejó bien a la vista sobre la mesa de tocador. Sabía bien que Riff Sprott fumaba cigarrillos. Esto le daría algo en que pensar.

Era cuestión de azuzarlos hasta hacerles perder la cabeza.

Hacía rato que habían dado las siete. Riff Sprott y su orquesta debían estar en La Gruta, ejecutando algunos de sus números en los que los acompañaba Chloris. La señorita Withers se preguntó si, de regreso al centro, no le convendría entrar un momento en el cabaret para escucharlos.

Acababa de tomar su bolso y el paraguas y de apagar la luz del dormitorio, cuando oyó voces masculinas procedentes del corredor y el ruido del picaporte. La puerta se estaba abriendo, y comprendió entonces que había cometido la imprudencia de dejarla sin llave.

Estaba atrapada. Hildegarde se aplastó contra la pared, detrás de la puerta del dormitorio, y el corazón le latía con tal fuerza que casi no le permitió oír las voces que resonaban en la otra habitación.



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