Hijo de este tiempo by Klaus Mann

Hijo de este tiempo by Klaus Mann

autor:Klaus Mann [Mann, Klaus]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1931-12-31T16:00:00+00:00


Ese era nuestro pequeño y hermoso lema. Lo rociábamos con un dulce licor, que dejaba manchas pegajosas en el tablero del escritorio, y murmurábamos maldiciones y conjuros.

Junto con Lotte y Gretel —a las que adoraba pertinaz e íntimamente y encontraba admirables—, nos reuníamos después de comer en casa de un conocido de los Walter que estaba de viaje, y a cuya vivienda tenían acceso las dos muchachas, para leer repartiéndonos los papeles La ronda de Schnitzler, a la densa y lujuriosa penumbra de una lámpara cuya pantalla era de seda roja. No creo que en esas graves horas de lectura haya sentido ningún otro placer que el de estar haciendo algo malo. No era el argumento de esos diálogos de encantador cinismo lo que tanto inflamaba nuestras mejillas, sino única y exclusivamente la conciencia de estar allí sentados mientras nuestros padres nos creían en clase de gimnasia.

Las chicas de los Walter eran nuestras mejores amigas de entonces. Ricki se encontraba en esta época en una situación moral de mayor seriedad que la nuestra: estaba ya bajo la influencia del movimiento juvenil[9] y pasaba mucho tiempo con chicos a los que no conocíamos en un refugio de montaña. Naturalmente, cuando venía a vernos participaba en nuestras correrías, pero precisamente entonces lo hacía más por lealtad a nosotros que —como nosotros— por una fundamental frivolidad. Empezamos a pasar mucho tiempo con Süskind. Varios años mayor que nosotros, recogió la forma en que vivíamos, con una curiosa ingenuidad, en toda su extravagancia moral y estética, y la estilizó literariamente. Con ello contribuyó a intensificarla —por lo menos en lo que a mí concierne— sin haber participado activamente en las locuras.

Erika y Gretel extendieron sus espantosas bromas al colegio —iban al mismo instituto femenino (mientras que yo, en mi viejo instituto Wilhelm, me contenía hasta cierto punto)— y eran el espanto y el amor de su centro. Caían desmayadas de los bancos durante las horas de clase, se hacían llevar al cuarto de baño y desde allí escapaban al sótano, donde jugaban con cerillas. En una de esas ocasiones, faltó un pelo para que prendieran fuego a todo el edificio. En la escalera, solían caer de rodillas ante una joven y tímida profesora de trabajos manuales a la que imploraban juntando las manos, ante lo que la pobre criatura, que no osaba encontrar maleducada semejante cosa —porque entonces habría sido demasiado maleducada—, murmuraba desvalida:

—Como los angelitos…

Paseos vespertinos: ¡vaya expediciones piratas que hacíamos! Las chicas se dirigían corriendo a casa de gentes refinadas a las que no conocíamos, se plantaban jadeando ante la confusa ama de casa y balbuceaban que varios gamberros las perseguían, que de ninguna manera se atrevían a volver a salir a la calle, que primero tenían que pedir por teléfono protección masculina. El ama de casa, conmovida ante tanta inocencia perseguida, les daba a las pobres criaturas té y bollos; entretanto, telefoneaba a un lugar en el que yo estaba esperando. Yo acudía corriendo, era recibido como un salvador, y la



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