Hasta aquí hemos llegado by Petros Márkaris

Hasta aquí hemos llegado by Petros Márkaris

autor:Petros Márkaris [Márkaris, Petros]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2014-05-31T16:00:00+00:00


23

Al salir de las oficinas de Makridis estoy agotado. No veo qué más puedo hacer por hoy y decido volver a casa.

—Déjame cerca de alguna parada, voy a coger el trolebús a casa —le digo a Papadakis.

—¿Habla en serio? Le llevaré con el coche patrulla. ¿Quiere que ponga la sirena para ir más rápido?

—No, no perseguimos a nadie.

Además, casi no hay tráfico y avanzamos deprisa. Unos veinte minutos más tarde estoy delante del edificio donde vivo. En cuanto abro la puerta de casa, me llegan risas desde el salón.

Me encuentro con mis consuegros de Volos, acompañados por Adrianí, Katerina y Fanis. De los cinco, cuatro están riendo. La excepción es Pródromos, que, sentado en un sillón, mira fijamente al frente sin decir nada.

—Bienvenido —me saluda Adrianí—. Únete a nosotros.

Sevastí se levanta para abrazarme.

—Gracias, consuegro —me susurra.

—Deja de dar las gracias porque me enfadaré —dice riéndose Adrianí, que la ha oído.

Me acerco a Pródromos.

—Hola, Pródromos —le digo—. Bienvenido a casa.

—Bien hallado, comisario —responde sin apartar la vista del suelo.

—No le hagas caso, ya se animará. Es el primer día —explica Fanis, aunque reparo en su expresión preocupada.

—Sé que es difícil, pero hemos vivido cosas aún peores, Pródromos —le digo.

—Es cierto, pero entonces teníamos muchas más fuerzas —contesta—. Con las dificultades de entonces pude abrir la tienda y hoy la he perdido.

—Seremos fuertes y resistiremos —le responde Katerina—. Vivir amargados no hará que nos sintamos mejor.

—Ven, Sevastí, vamos a preparar la cena —propone Adrianí, que opina que la depresión se supera con la acción.

Ha cocinado tomates rellenos, que hacía siglos que no comíamos, pero la gran sorpresa son los calamares fritos con guarnición de verduritas. Acoge satisfecha los murmullos con que recibimos las fuentes. Esa es su recompensa, porque está claro que se ha salido del presupuesto diario y que pasaremos una buena temporada con judías y lentejas hasta que logre equilibrar las cuentas.

—Te he comprado un raki[7] cretense de primera. Lo beberás como si fuera agua —le dice a Pródromos mientras pone la botella encima de la mesa y un bol de plástico con cubitos de hielo.

—Pero ¡mamá! A papá le gusta el tsípuro[8] de su tierra —exclama Katerina riéndose.

—No hace falta que piense todo el rato en Volos. Creta también tiene sus encantos —responde mi mujer sin contemplaciones.

Todos nos echamos a reír, incluso Pródromos.

La cena está deliciosa. Como no soy amante del raki, la acompaño con vino.

—Adrianí, si hubiéramos abierto una taberna contigo de cocinera, nos habríamos forrado —dice Fanis.

—No habría durado ni tres meses. ¿Quién tiene dinero para ir a las tabernas? —repone Adrianí, recordándome la desolación de la Atenas nocturna.

Ya hemos acabado los tomates y estamos atacando los pimientos cuando suena el móvil de Katerina. Ella mira el número en la pantalla y contesta:

—¿Qué pasa, Cedric? —Su rostro va ensombreciéndose cada vez más—. ¿Quiénes le han pegado? —pregunta, y enseguida—: ¿Cómo está? Vale, voy enseguida. —Cuelga y se vuelve hacia Fanis—. Fanis, ¿puedes enviar una ambulancia a la calle Lajanás, en Kato Patisia? Los de Amanecer Dorado han agredido a Maurice y está inconsciente.



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