Guía del Autoestopista Galáctico by Douglas Adams

Guía del Autoestopista Galáctico by Douglas Adams

autor:Douglas Adams [Adams, Douglas]
Format: epub
Tags: spanish, ciencia ficción
ISBN: 9788433973108
editor: Anagrama
publicado: 2008-06-28T16:00:00+00:00


13

Marvin caminaba pesadamente por el pasillo, sin dejar de lamentarse.

—... y luego, claro, tengo este horrible dolor en todos los diodos del lado izquierdo...

—¡No! —repuso Arthur en tono tétrico, caminando a su lado—. ¿De veras?

—Sí, de veras —prosiguió Marvin—. He pedido que me los cambien, pero nadie me hace caso.

—Me lo figuro.

Ford emitía vagos silbidos y canturreas, sin dejar de repetirse a sí mismo:

—Vaya, vaya, vaya, Zaphod Beeblebrox...

Marvin se detuvo de pronto y alzó una mano.

—Ya sabes lo que ha pasado, ¿verdad?

—No, ¿qué? —dijo Arthur, que no quería saberlo.

—Hemos llegado a otra puerta de ésas.

A un costado del pasillo había una puerta corredera. Marvin la miró con recelo.

—Bueno —dijo Ford, impaciente—, ¿pasamos?

—¿Pasamos? —le imitó Marvin—. Sí, esta es la entrada al puente. Me han ordenado que os lleve allí. No me extrañaría que fuese la exigencia más elevada que puedan hacer en cuanto a capacidad intelectual.

Lentamente, con enorme desprecio, cruzó el umbral como un cazador que se acercara cautelosamente a su presa. La puerta se abrió de pronto.

—Gracias —dijo ésta—, por hacer muy feliz a una sencilla puerta. En lo más profundo del tórax de Marvin rechinaron algunos mecanismos.

—Es curioso —entonó lúgubremente—; cuando crees que la vida no puede ser más dura, empeora de repente.

Se agachó para pasar y dejó a Ford y a Arthur mirándose el uno al otro y encogiéndose de hombros. Al otro lado de la puerta, volvieron a oír la voz de Marvin.

—Supongo que querréis ver ahora a los extraños —dijo—. ¿Queréis que me siente en un rincón y me oxide, o sólo que me caiga en pedazos aquí mismo?

—Sí, pero tráelos, ¿quieres, Marvin? —dijo otra voz. Arthur miró a Ford y se sorprendió al verle reír.

—¿Qué...?

—Chsss —dijo Ford—, vamos adentro.

Cruzó el umbral y entró en el puente.

Arthur lo siguió nervioso, y se sorprendió al ver a un hombre reclinado en un sillón con los pies sobre una consola de mandos y hurgándose los dientes de la cabeza derecha con la mano izquierda. La cabeza derecha parecía enteramente enfrascada en la tarea, pero la izquierda sonreía con una mueca amplia, tranquila e indiferente. La serie de cosas que Arthur no podía creer que estaba viendo era grande. Se le aflojó la mandíbula y se quedó con la boca abierta durante un rato.

Aquel hombre extraño saludó a Ford con un gesto perezoso y, con una sorprendente afectación de indiferencia, dijo:

—¿Qué hay, Ford, cómo estás? Me alegro de que pudieras colarte. A Ford no iban a ganarle en aplomo.

—Me alegro de verte, Zaphod —dijo, arrastrando las palabras—. Tienes buen aspecto, y el brazo extra te sienta bien. Has robado una bonita nave.

Arthur lo miraba con los ojos en blanco.

—¿Es que conoces a ese tipo? —le preguntó aturdido, señalando a Zaphod.

—¡Que si lo conozco! —exclamó Ford—. Es...

Hizo una pausa y decidió hacer las presentaciones al revés.

—¡Ah, Zaphod!, éste es un amigo mío, Arthur Dent. Lo salvé cuando su planeta saltó por los aires.

—Muy bien —dijo Zaphod—. ¿Qué hay, Arthur? Me alegro de que te salvaras. Su cabeza derecha se



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