Gormenghast 02 - Gormenghast by Mervyn Peake

Gormenghast 02 - Gormenghast by Mervyn Peake

autor:Mervyn Peake
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Fantasía
editor: Minotauro
publicado: 1950-11-22T23:00:00+00:00


TREINTA Y OCHO

Pirañavelo regresó al corazón del castillo rápido y decidido. Un sol pálido como polen colgaba en medio del cielo vacío y descolorido y, mientras el joven corría, su sombra corría debajo de él, ondeando sobre los adoquines de los vastos patios o marchando tiesa a su lado, allí donde los muros débilmente iluminados reflejaban la pálida luz. Aunque dentro de sus límites esta sombra no contuviera más que la negrura uniforme de su tono, parecía, sin embargo, tan predatoria y determinada como el cuerpo que la proyectaba, el cuerpo que, con tantas ayudas a la expresividad en el marco de la móvil silueta, desde la palidez del joven y el intenso color rojo de sus ojos al gesto indefinible de su boca se acercaba con cada paso a una cita por él concertada.

Él sol desapareció y, durante unos minutos, las sombras se disiparon como el mal sueño de un durmiente que, al despertar, encontrara junto a su cama la sustancia de su pesadilla. Pues Pirañavelo estaba allí, doblando las esquinas, recorriendo los laberintos, bajando como una exhalación pendientes de piedra o escaleras de madera podrida. Y sin embargo, era curioso que, a pesar de la vitalidad que bullía en el cuerpo del joven, su sombra, al reaparecer, con su autosuficiencia y matices, se reafirmara como un envoltorio de la malignidad. ¿Por qué, pese a ciertas proporciones esbeltas y ciertas ilusiones ópticas creadas por el movimiento, se tenía esa sensación de oscuridad? Sombras más terribles y grotescas que la de Pirañavelo no provocaban tal efecto. Éstas se desplazaban por las paredes, hinchadas o escuálidas, con una relativa inocencia. Era como si las sombras tuviesen corazón propio, un corazón que obtenía su sangre de los límites de un mundo de menor entidad que el éter, un mundo de tinieblas cuya existencia dependía de su enemigo, la luz.

Y allí estaba, por allí se deslizaba aquella sombra concreta, de pared a pared, de suelo a suelo, con los hombros un poco altos, pero no demasiado, y la cabeza inclinada, no a un lado ni a otro, sino hacia delante. Al llegar a un espacio abierto, palideció sobre la tierra seca, pues el sol se había debilitado, y cuando los bordes de una nube que tapaba medio cielo ocultaron el sol, la sombra desapareció por completo.

Casi al instante la lluvia empezó a caer y el aire se oscureció aún más. Pero no quedó ahí el oscurecimiento, pues bajo la extensión de la nube, que avanzaba inexorable hacia el norte arrastrando tras de sí kilómetros y kilómetros de lo que parecían sábanas sucias, otra nubosidad distinta igualmente inmensa pero más veloz empezó a adelantarla por debajo y, cuando este continente inferior de nubes empezó a pasar sobre la porción de cielo donde el sol había brillado, algo muy extraño se manifestó de inmediato.

Una oscuridad casi sin precedentes se había cerrado sobre Gormenghast. Mirando a derecha e izquierda, Pirañavelo vio que las luces empezaban a brillar en decenas de ventanas. Estaba demasiado oscuro para ver



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