Goliath by Scott Westerfeld

Goliath by Scott Westerfeld

autor:Scott Westerfeld [Westerfeld, Scott]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


VEINTIDÓS

El cielo tardó cinco días en despejarse de nuevo.

La tormenta había empujado al Leviathan a través del Pacífico con rapidez, llevando a la aeronave directamente hacia el sur. La costa de California, se extendía a través de las ventanas de la cantina de los cadetes. Unos pocos acantilados blancos reflejaban el sol y tras ellos había sinuosas colinas, verdes con parches marrones.

—América —murmuró Bovril desde el hombro de Alek.

—Sí, eso es.

Deryn alargó la mano para acariciar la piel de la bestia, preguntándose si no hacía más que repetir la palabra, o si tenía verdadera conciencia de que se trataba de un nuevo lugar con su propio nombre.

Alek bajó los prismáticos.

—Parece bastante salvaje, ¿no?

—Aquí, tal vez. Pero nos encontramos a mitad de camino entre San Francisco y Los Ángeles. En resumen, ¡estas dos ciudades tienen casi un millón de habitantes!

—Es impresionante, pero entonces, ¿por qué tanta extensión vacía entre ellas?

Deryn hizo un gesto hacia los mapas que estaban extendidos sobre la mesa de la cantina.

—Porque América es rematadamente enorme. ¡Es un país tan grande como toda Europa!

Bovril se inclinó hacia delante desde el hombro de Alek, presionando su nariz contra el cristal.

—Grande.

—Y cada vez es más fuerte. Si entran en la guerra, van a inclinar la balanza —dijo Alek.

—Sí, pero ¿hacia qué bando?

Alek se volvió, dejando al descubierto su reciente cicatriz en la frente. Ya había recuperado el color en su rostro desde que sucedió el accidente y ya no se quejaba de dolores de cabeza. Pero a veces tenía aquella mirada bobalicona en sus ojos, como si no acabase de creer que el mundo que le rodeaba fuese real.

Por lo menos no había olvidado otra vez que Deryn era una chica. El beso le había asegurado que aquello era cierto.

Todavía no estaba muy seguro de por qué lo había hecho. Tal vez las energías de la tormenta habían provocado una locura tan poco marcial en ella. O tal vez eso era de lo que iban los juramentos: mantener tu palabra incluso si al hacerlo se iba todo al garete. No más secretos entre ellos, no importaba que… aquello en sí ya asustaba.

Ninguno de los dos había vuelto a hablar de aquel momento, por supuesto. No había futuro en besar a Alek. Él era un príncipe y ella era una plebeya, y la muchacha había comprendido perfectamente aquella situación en Estambul. El Papa no iba a escribir cartas convirtiendo a chicas escocesas vestidas de chico en miembros de la realeza, ni en un millón de años, pero al menos lo había hecho una vez.

—Este país jamás se alzará en armas contra Gran Bretaña —seguía diciendo Alek—. Ni aunque sean medio clánkers.

Deryn sacudió la cabeza.

—Sin embargo los americanos no solo son una mezcla de clánker y darwinista, sino una mezcla de naciones. Muchos inmigrantes alemanes recién llegados en barco aún son leales al Káiser. Y apuesto a que hay un montón de espías entre ellos, estoy segura.

—El señor Tesla pondrá fin a la guerra antes de que nada de esto llegue a importar —Alek entregó los prismáticos a Deryn y señaló—: Sobre aquellos acantilados.



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