Gangs de Nueva York by Herbert Asbury

Gangs de Nueva York by Herbert Asbury

autor:Herbert Asbury [Asbury, Herbert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1928-01-01T05:00:00+00:00


Escena nocturna en la sala de conciertos de Harry Hill

Todos estos locales eran lugares celestiales comparados con el de Billy McGlory, el Armory Hall, que tal vez era el establecimiento más vicioso que jamás haya conocido Nueva York. McGlory nació en una chabola de Five Points antes de que el distrito fuera regenerado por la Misión y la cámara de comercio, de modo que creció en un ambiente de vicio y crimen. Durante su juventud luchó entre las filas de gánsteres tan conocidos como los Cuarenta Ladrones y los Chichesters, pero a finales de la década de los setenta se trasladó a la calle Hester, donde abrió un salón de baile en medio de un sórdido distrito de casas vecinales plagado de delincuentes y rameras. Armory Hall se convirtió en el lugar preferido de los gánsteres de los distritos Cuarto, Sexto, y de Bowery, así como de los ladrones, carteristas, proxenetas y holgazanes que florecían en toda la ciudad. Apenas pasaba una noche en que el lugar no fuera el escenario de varias peleas a muerte. Tampoco era poco frecuente observar a tarambanas drogados o bebidos, con los bolsillos del pantalón hacia fuera por culpa de las harpías que los engatusaban, los sacaban a la calle gracias a los gorilas de McGlory, y luego los desplumaban. Normalmente, los taberneros del local desnudaban por completo a la víctima. Los tipos que conservaban la paz del lugar pertenecían a las bandas de Five Points y del paseo marítimo, e incluían a algunos de los luchadores más expertos y duros de la época. Solían merodear por la noche frente al local, armados con pistolas, cuchillos, palos, nudillos metálicos y unas porras que les encantaba utilizar.

Se entraba al local de McGlory por una doble puerta muy sucia, que daba a un pasillo muy largo y estrecho con las paredes pintadas de negro, sin ningún rastro de luz ni color. A escasos metros se encontraba la barra de bar, y después la sala de baile rodeada de sillas y mesas con capacidad para setecientas personas. Había un anfiteatro alrededor de la sala de baile con pequeños palcos separados por unas cortinas y reservados para los mejores clientes, generalmente grupos de forasteros dispuestos a pagar bastante dinero. Desde estos palcos se veían representaciones más inmundas que las de Haymarket. Las camareras servían las bebidas, pero como atracción adicional McGlory también empleó a seis degenerados que vestían con ropas de mujer y se paseaban por la multitud de clientes, cantando y bailando. Los músicos tocaban el piano, una corneta y un violín. Un periodista del Cincinnati Enquirer, después de patearse todos los antros de Nueva York en los años ochenta, describió una noche el local de McGlory del siguiente modo:



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