Galileo y el sistema solar by Paul Strathern

Galileo y el sistema solar by Paul Strathern

autor:Paul Strathern [Strathern, Paul]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias naturales, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1997-12-31T16:00:00+00:00


Cuando t1 = t2, a1 = a2.

Galileo inició su correspondencia con Kepler con el cambio de centuria. Confesó a Kepler que creía correcto el cuadro heliocéntrico descrito por Copérnico, pero se abstenía de admitirlo en público por temor a convertirse en el hazmerreír de sus colegas académicos de Padua, quienes seguían siendo casi exclusivamente aristotélicos. Galileo creía que el modelo copernicano era correcto, pero no era consciente de que a estas alturas Kepler iba camino tanto de confirmarlo como de mejorarlo.

En 1604 apareció en el cielo otra supernova. En unos días Galileo oyó hablar de ello y empezó a observar el nuevo fenómeno. Al igual que la estrella de Tycho, esta pronto se volvió tan brillante que era visible incluso de día. Galileo escribió a algunos observadores astronómicos de toda Europa acerca de esta estrella. Le respondieron confirmando su posición y que no mostraba paralaje. Sus observaciones y mediciones mostraban que la nueva estrella no pertenecía al sistema solar y se hallaba en cielos muy distantes.

Galileo inició una serie de conferencias públicas sobre la estrella, en las que señalaba cómo desacreditaba las nociones aristotélicas sobre los cielos. A consecuencia de ello se vio envuelto en una disputa pública con el profesor de filosofía de Padua, Cesare Cremoni, un destacado aristotélico que había sido antes un buen amigo de Galileo. Que un insignificante matemático pretendiera calumniar a Aristóteles —el cimiento mismo del conocimiento y la filosofía a ojos de todos— era más de lo que Cremoni estaba dispuesto a tolerar. Además, los razonamientos de Galileo eran sencillamente defectuosos. Cremoni señaló que las leyes y mediciones físicas solo tenían aplicación en la esfera sublunar, sobre la Tierra. Los cielos, incluyendo todos los planetas y estrellas simplemente no estaban sujetos a las mismas leyes. Las mediciones terrestres de esta esfera celeste meramente parecían contradecir a Aristóteles —en realidad eran inaplicables y por tanto irrelevantes. De momento, era imposible para Galileo negar tales razonamientos. Carecía de pruebas convincentes de lo contrario. (Galileo desconocía el trabajo de Kepler sobre las órbitas elípticas de los planetas. Este ponía de manifiesto que las matemáticas eran tan aplicables a los cielos como a la Tierra, sugiriendo que las mismas leyes físicas eran relevantes para uno y otro ámbito).

Galileo tenía ya cuarenta años, y para su disgusto la fama y la fortuna duraderas seguían eludiéndole. Otros de estatura insignificante conseguían hacerse un nombre o ganaban más que él. Su salario en Padua era de solo quinientas coronas: la mitad de lo que ganaba el profesor de filosofía. Pese a su brillante serie de inventos —ingenios agrícolas, cachivaches militares, instrumentos médicos— ninguno de ellos había dado del todo en la diana. (Para entonces otros habían entrado en el negocio de los compases militares al descubrirse que la patente de Galileo no se aplicaba a las versiones rivales del instrumento producidas antes de que él lo «inventara»). Ahora Galileo tenía que mantener a una familia de tres niños, a una amante de carácter fuerte y a una mamá recalcitrante en su casa de Florencia.



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