(Fusilero Sharpe 03) Sharpe y la fortaleza india(c.1) by Bernard Cornwell

(Fusilero Sharpe 03) Sharpe y la fortaleza india(c.1) by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
Format: epub
Tags: Novela histórica
editor: www.papyrefb2.net


Aquella noche el sargento Hakeswill apartó los pliegues de muselina para entrar en las dependencias del capitán Torrance. El capitán yacía desnudo en su hamaca, donde lo abanicaba un punkah de bambú instalado en una viga del techo. Su criado nativo mantenía el punkah en movimiento tirando de una cuerda en tanto que Clare Wall le cortaba las uñas al capitán.

—No me las cortes demasiado, Brick —dijo Torrance—, déjamelas lo suficientemente largas para que pueda rascarme, buena chica. —Levantó la mirada hacia Hakeswill—. ¿Llamó usted a la puerta, sargento?

—Dos veces, señor —mintió Hakeswill—, alto y claro, señor.

—Brick va a tener que escariarme los oídos. Dale las buenas noches al sargento, Brick. ¿Dónde están hoy tus modales?

Clare alzó un momento los ojos para saludar a Hakeswill y masculló algo apenas audible. Hakeswill se sacó el sombrero de un manotazo.

—Encantado de verla, señora Wall —dijo con entusiasmo—, es todo un placer, joya mía. —Le hizo una inclinación de cabeza y le guiñó un ojo a Torrance, que se estremeció.

—Brick —dijo Torrance—, el sargento y yo tenemos que tratar sobre asuntos militares. De modo que vete al jardín. —Le dio unas palmaditas en la mano y se la quedó mirando mientras se marchaba—. ¡Y nada de escuchar por la ventana! —añadió con aire de superioridad. Esperó hasta que Clare se hubo deslizado por la muselina que colgaba de la entrada de la cocina y a continuación se inclinó peligrosamente en la hamaca para coger una túnica de seda de color verde con la que se cubrió la entrepierna—. Por nada del mundo querría escandalizarlo, sargento.

—A mí ya no me escandaliza nada, señor. No hay ser vivo al que no haya visto desnudo, señor, los he visto a todos tal como su madre los trajo al mundo y ni una sola vez me escandalicé, señor. Desde que me colgaron por el cuello he perdido la capacidad de escandalizarme, señor.

«Y también el juicio», pensó Torrance, pero omitió el comentario.

—¿Brick ya ha salido de la cocina?

Hakeswill echó un vistazo al otro lado de la muselina.

—Ya se ha ido, señor.

—¿No está en la ventana?

Hakeswill inspeccionó la ventana.

—Está al otro lado del patio, señor, como una buena chica.

—Confío en que me traiga usted noticias.

—Algo mejor que noticias, señor, algo mejor que noticias. —El sargento se acercó a la mesa y se vació el bolsillo—. Los pagarés que le extendió a Jama, señor, todos. Diez mil rupias, todas pagadas. Ya no tiene deudas, señor, no tiene deudas.

Una sensación de alivio taladró a Torrance. Las deudas eran algo terrible, algo espantoso, y sin embargo parecía imposible evitarlas si se quería disfrutar de la vida al máximo. ¡Mil doscientas guineas! ¿Cómo podía haberse jugado tanto dinero? ¡Había sido una locura! Pero ahora ya estaba pagado, saldado en su totalidad.

—Queme los pagarés —le ordenó a Hakeswill.

Hakeswill acercó los documentos a la llama de una vela, uno a uno, y luego dejó que se arrugaran y se quemaran sobre la mesa.



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