(Falcó 02) Eva(c.1) by Unknown

(Falcó 02) Eva(c.1) by Unknown

autor:Unknown
La lengua: spa
Format: epub
Tags: antique
editor: papyrefb2tdk6czd.onion
publicado: 2017-06-01T22:00:00+00:00


Las copas de las palmeras eran sombras inmóviles vencidas por la llovizna, y las luces del puerto brillaban brumosas entre el hotel Continental y la extensión negra de la bahía.

Mientras ascendía por la escalera exterior hacia la terraza, Falcó sintió verdadero alivio. Sólo entonces empezó a relajarse un poco. Hasta ese momento, la humedad ambiente, la oscuridad de la noche, su propio aturdimiento, lo habían hecho caminar a través de una atmósfera inhóspita. Amenazadora.

Desde la casa de Moira Nikolaos había bajado hasta Dar Baroud a través de una medina resbaladiza y en tinieblas, sospechando de cada sombra, de cada bulto oscuro con el que se cruzaba, mientras sentía el duro tacto de la Browning en su costado; llegando a empuñarla incluso, semioculta en un bolsillo de la gabardina, después de que en un recodo, a la luz de un farolito encendido en un pequeño cafetín, viese a dos europeos conversando; y luego, durante un trecho, le pareciera escuchar pasos a su espalda.

Había sacado la pistola de la funda, quitándole el seguro, y con ella en la mano derecha aguardó inmóvil, disimulado en la oscuridad bajo el arco de una callejuela estrecha, atento a los sonidos entre el rumor del pulso que le batía los tímpanos, hasta que tuvo la certeza de que nadie le iba detrás.

El paseo, la llovizna, habían contribuido a despejarle la cabeza. Estaba furioso consigo mismo. Nunca seas tan estúpido en el campo de operaciones, pensaba. No como esta noche, o no de este modo. Porque los descuidos matan y los descuidados mueren.

Al entrar en el hotel, Yussuf, el conserje, le dio la llave con un papelito doblado. Un mensaje. Falcó iba a subir la escalera que conducía a las habitaciones cuando se detuvo a leerlo.

Traigo café y saludos del Jabalí. Estoy en el Rif, calle abajo.

Se quedó un momento inmóvil, mirando el papel. Después volvió sobre sus pasos, bajó a la calle, pasó junto al baluarte de los antiguos cañones y anduvo un corto trecho.

El Rif era una pequeña casa de comidas, con la cocina a la vista. Dentro olía a parrilla moruna y a especias. El local tenía las paredes enjalbegadas, una mano de Fatma pintada en el dintel y sólo media docena de mesas, todas vacías menos una. En ella, con la espalda hacia la pared, estaba Paquito Araña.



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