Eslabones by Nuruddin Farah

Eslabones by Nuruddin Farah

autor:Nuruddin Farah [Farah, Nuruddin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2003-12-31T16:00:00+00:00


16

* * *

—¿No hemos sufrido ya bastante? —preguntó Jeebleh.

—Dudo que así sea —contestó Bile.

—¿Sabemos cómo sufrir? Y, si no, ¿por qué?

—No sé si se puede padecer una pena necesaria y limpia cuando nadie se hace cargo de la pérdida tan grande que ha sufrido y cuando todos los individuos cercanos o lejanos siguen negando su parte en la pérdida.

—¿No están de duelo muchos somalíes?

—Confundimos el daño personal con un daño a la comunidad —insistió Bile—. A mí me resulta engañoso eso, me resulta muy improductivo.

Jeebleh recordó que Bile había perdido a su padre muy temprano, presuntamente a manos de Caloosha. Seamus había perdido a un hermano, a una hermana y a su padre por la violencia sectaria de Irlanda. ¿Llora un niño una pérdida del mismo modo que un adulto? ¿Hay un límite temporal, un punto a partir del cual el luto deja de ser eficaz?

—¿Cómo te las has apañado? —preguntó Jeebleh.

—He estado sumamente ocupado, atendiendo a las necesidades de otros, no a las mías. Ni siquiera he tenido tiempo ni fuerzas para hacer frente a las ruinas que tenemos alrededor. Al contrario, me revuelco en mis penas a menudo y me invade una profunda desesperación cuando pienso que podría haber logrado algo más sustancioso si hubiese intervenido en política, tratando de poner paz entre los bandos enfrentados.

—¿Por qué no has intentado hacerlo?

—Hasta que te he visto no me he dado cuenta de que me lancé a lo más profundo el día en que recuperé la libertad y decidí quedarme y, si decido organizar un refugio infantil, cuidar de Raasta, estar cerca de Shanta, que siempre está necesitada, no entro en lo que se llama política en estas tierras.

—¿No hay alguien con quien puedas hablar?

—Es demasiado tarde para que me ponga a buscar interlocutores de confianza, con los que se pueda hablar en serio. Ya es tarde para que me implique en una conversación de paz.

—¿Por qué?

—Sería como una hormiga que se distrae y se sale de la fila y que trata de volver con el resto del hormiguero una vez la tormenta haya desordenado del todo la colonia.

A Bile se le notaban las preocupaciones en la frente, señales visibles de lo que pesaba en su ánimo. El inquieto pensamiento de Jeebleh lo llevó a pensar en sus propias preocupaciones. Al contrario que Bile, que se había abstenido de entrar en «todo lo que aquí pasa por política», él se había lanzado de lleno a la caótica energía del lugar. A raíz de ello, se empezaba a encontrar perdido en las aspiraciones y reclamaciones de unos y otros en la política de los clanes.

Entró en la estancia un gato como si tuviera más derecho que Bile a estar allí, como si fuese el inquilino de la vivienda o, al menos, su invitado. A juzgar por el modo en que lo miró Bile, eran desconocidos el uno para el otro. Jeebleh percibió una hostilidad no manifiesta. El gato miró a Jeebleh, luego a Bile, luego parpadeó ante ambos y se puso cómodo como sólo saben ponerse los gatos en un sitio que no es el suyo.



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