Escupirán sobre mi tumba by Jaime Bayly

Escupirán sobre mi tumba by Jaime Bayly

autor:Jaime Bayly [Bayly, Jaime]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


No ha salido en ningún diario (Clarín, La Nación, Perfil, Página 12) una sola línea sobre la muerte de Lola Repetto. Me alegro. Confirma que era un fantasma, un ánima en pena, que era nadie o menos que nadie, que su muerte había ocurrido años atrás, tal vez cuando nació o cuando murió su padre o cuando se hizo adicta a la marihuana en Amsterdam o cuando se tatuó mi nombre en la espalda (suerte que no se tatuó mi apellido). Debo ser extremadamente precavido cuando mate a Agustín Burdisso y a Nico Oyarbide. Ambos son, en cierto modo, celebridades argentinas, salen en las revistas de chismes, están en las fiestas de moda, su muerte provocará considerable revuelo en los programas de chismografía sobre la farándula, que, sumados, han de ser media programación de la televisión argentina, porque si algo fascina a los argentinos es que dos putas de la farándula se peleen por alguna ordinariez, si algo excita y hechiza a los argentinos es que dos figurones del espectáculo se enzarcen en un feroz duelo verbal y se digan las cosas más mezquinas y pistoleras, si algo da vida a esos programas de chismes de la mañana, la tarde y la noche es que un productor teatral en decadencia y un travesti querido por la gente pasen de amarse a odiarse a nuevamente amarse en cosa de una o dos semanas: esto es lo que enciende a la teleaudiencia argentina, la pelea, la riña, el desprecio por el otro, la ruindad moral, la arrogancia desprovista de talento, el puterío vocinglero y los picapleitos vitriólicos. Dicho simplemente: como los crímenes de Burdisso y Oyarbide serán la comidilla de esos programas decadentes, la policía, muy a su pesar, se verá obligada a investigar, o a simular una investigación prolija, y por eso debo extremar las precauciones, y ya no digamos en el caso de Carlos Cacho Legrand, que siendo tan obscenamente mediático, apenas le dé el tiro de gracia la mitad del país dirá que lo mataron los del gobierno y la otra mitad dirá que lo mataron por un lío de putas o de drogas o de trata de blancas o de peruanos y bolivianos (asuntos en los cuales la gente percibe a Cacho Legrand como un experto, un caficho, un capitoste). A Nico Oyarbide, me parece, tengo que matarlo una noche, tarde, a la salida del teatro, el problema es que suele salir acompañado por su novio mozalbete o por algún taxi boy o por varios taxi boys, porque Oyarbide fatiga con igual entusiasmo sus dotes histriónicas como la dilatación de su culo, un culo que ha de haber alojado a más muchachos que el YMCA de Manhattan. Ese es el problema con Oyarbide, que rara vez anda solo, y no quisiera verme en la penosa obligación de matar a uno de sus jovencitos de alquiler para no dejar testigos. No muy distinto es el problema con Agustín Burdisso. Cuando está en su departamento, en un edificio afrancesado en



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