Entrevista con la historia by Oriana Fallaci

Entrevista con la historia by Oriana Fallaci

autor:Oriana Fallaci [Fallaci, Oriana]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 1973-12-31T16:00:00+00:00


Sirimavo Bandaranaike

Una cortina de silencio había caído sobre la tragedia, cubriendo a los vivos y a los muertos en un único sudario. Nadie habló más de Ceilán y de la revuelta. Los periodistas que durante meses intentaron desembarcar en Colombo se habían dirigido ahora a países menos cerrados y menos incómodos. Obtener el visado era todavía una empresa enervante y que tenía éxito una vez de cada cien. Si lo obtenías por casualidad y entrabas en la capital, no encontrabas más que bocas mudas y puertas cerradas. Muy pocos te ayudaban a hurgar en la verdad, la mayoría quería que el mundo olvidase lo que había sucedido en abril. ¿Qué había sucedido en abril? Lo que nadie creía que pudiera suceder en un país regido por un gobierno socialista, con comunistas y trotskistas en el poder. De improviso, una noche, decenas y decenas de miles de chicos entre los dieciséis y los veinticinco años se habían sublevado contra aquel gobierno para derrocarlo. Estudiantes de las escuelas secundarias, universitarios, licenciados recientes. Maoístas, decían algunos; guevaristas, les definían otros. Armados con viejos fusiles de caza, bombas de mano rudimentarias, cócteles Molotov, cartuchos de dinamita, cuchillos, habían asaltado en cuarenta distritos los puestos de policía, habían bloqueado los puentes y las carreteras, habían ocupado numerosos pueblos y durante tres semanas habían tenido a la isla en un puño. Sólo Colombo se había salvado, rodeada por un círculo de fuego desde donde el gobierno lanzaba llamamientos desesperados suplicando a Gran Bretaña, a la Unión Soviética, a Norteamérica, a China, a la India que enviasen tropas y municiones en aviones y helicópteros. Llegaban noticias escasas y contradictorias. La censura, bestializada, no las dejaba pasar. Callaba el teléfono, callaban los teletipos, los corresponsales más audaces eran expulsados y no tenían mucho que contar: el toque de queda duraba veinticuatro horas y no consentía indagaciones. Luego, a primeros de mayo, se había sabido que la revuelta había sido sofocada en un baño de sangre. Por lo menos cinco mil jóvenes muertos, y hay quien afirma que diez mil. La matanza de Herodes. Y acaso la matanza más injustificada de nuestro tiempo.

Quien no había muerto en combate, había muerto fusilado: como aquella muchacha de veinte años, miss Ceilán, a quien en Kataragana el pelotón de ejecución había desnudado y violado. El que no había muerto fusilado, había muerto ahorcado: como aquellos estudiantes de historia en Kosgoda. El que no había muerto ahorcado, había muerto crucificado: como aquel licenciado de Kandy. El que no había muerto crucificado, había muerto quemado vivo: como aquel grupo de Akuressa, lanzados a una hoguera hecha de toldos. El que no había muerto quemado vivo, había muerto torturado: como aquel escolar de Bandaragama a quien le habían despellejado las plantas de los pies para cubrírselas de pimienta. El que no había muerto torturado, había muerto decapitado o ahogado. Durante días y días los ríos habían llevado al mar los cadáveres de los muchachos atados unos a otros por las muñecas. Durante días y días, de los cocoteros colgaron gráciles cuerpos suspendidos por los pies.



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