Entre sus manos by Marthe Blau

Entre sus manos by Marthe Blau

autor:Marthe Blau [Blau, Marthe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: antique
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo 10

No pasa un solo día sin que me torture pensando en la indiferencia que se empeña en demostrarme.

Tengo pesadillas en las que intenta hacerme traspasar ciertos límites, como estar con otros hombres que me repugnan.

Me conduce a un lugar secreto; yo voy con los ojos vendados y completamente vestida de cuero negro. Me lleva atada con una correa y me ha puesto algunos artilugios, que ha ocultado cuidadosamente en mi anatomía. Yo me pliego a todas sus exigencias, tanto si quiere escupirme como hacer que me arrastre delante de él o que le lama el orificio, en cuyas profundidades hundiré mi lengua sumisa. Él me exhibe, muestra a todos en qué me ha convertido, lo que hago por él. Soy digna de él, se siente orgulloso de mí.

Alquila los servicios de una de esas jóvenes rusas venidas a menos, dispuesta a satisfacer todos sus caprichos; la escojo yo, alta y morena, perfectamente depilada, perfectamente educada. Entre las dos, le vendamos los ojos, y lo chupamos, lo acariciamos en una danza de manos, de pieles, de bocas; está oscuro y la música es embriagadora, lo tendemos en el suelo y hacemos correr champán por su ombligo para lamerlo, yo lo beso mientras ella se la chupa, voy de su boca a sus pezones, tremendamente sensibles, y los succiono con fuerza, ruidosamente, como a él le gusta.

Nos sentamos por turnos sobre él y contraemos el sexo en torno al suyo sin hacer ningún movimiento más.

Él distingue quién soy yo y quién es la puta, unidas en nuestra sumisión. Nos dice barbaridades, profiere todos los insultos que dedica a las mujeres, confiesa su obsesión por nuestros sexos. Se quita la venda, nos da órdenes, a ella le ordena que me lama hasta hacerme gozar; me sodomiza mientras ella le lame el ano acariciándole las pelotas.

Me conduce a un jardín donde me desnuda; hombres desconocidos me miran, se masturban apuntándome con el sexo; me hace caer boca arriba y me impone otros sexos, en la boca, en la vagina, en el ano.

Intento debatirme, pero me sujeta las manos; intento gritar, pero me besa. Sus labios son tan dulces que acallan mis protestas, desconocidos me mantienen las piernas levantadas para facilitar las penetraciones, que se suceden a un ritmo diabólico, no distingo los sexos. Me somete con sus besos, con sus susurros:

—Eres mía, dispongo de ti, haces todo cuanto quiero, ya no existes por ti misma.

Luego me invade la boca con el sexo, a no ser que se trate de otro, aunque lo reconocería entre todos.

Luego, de nuevo juntos, esos cuerpos desconocidos adentrándose en el mío, abriéndome el culo, el vientre, golpeteándome los dientes, mis cabellos están apelmazados por el esperma que cae sobre mis riñones, mi espalda, mi nuca, que se extiende, que se esparce por todo mi cuerpo.

Tengo ganas de gritar, pero soy suya y él me dice, complacido: «Estoy orgulloso de ti; zorras he tenido muchas, he adiestrado a muchas, pero nunca he tenido a nadie como tú».

Y yo me digo:



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