Entre rumores by Maureen Child

Entre rumores by Maureen Child

autor:Maureen Child
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2014-12-17T23:00:00+00:00


Capítulo Siete

Amanda estaba sin fuerzas entre sus brazos y Nathan nunca se había sentido más vivo. Estaba excitado, desesperado, y seguía acariciándola íntimamente, disfrutando con el calor y la humedad de su cuerpo.

No había otra mujer en el mundo que lo pusiese así. Era capaz de hacerlo arder con solo un suspiro. Por eso estaba allí, se recordó. Aquel era su plan. Volver a tener sexo con ella para poder olvidarla. La miró y vio que sonreía suavemente, satisfecha. Vio sus ojos verdes inundados de pasión. Y no pensó en olvidarla, sino en volver a hacerla suya.

—Nathan… ha sido…

—El aperitivo —gimió él, con un nudo en la garganta.

Volvió a acariciarla y notó que temblaba. Entre sus brazos, era vulnerable, y a Nathan se le despertó el instinto protector. Lo que deseaba en esos momentos era interponerse entre ambos y el resto del mundo, verla siempre así, mirándolo con estrellas en los ojos y un suspiro en los labios.

Esperó a que ella le dijese que sí. No podía volver a tocarla hasta que admitiese que estaba de acuerdo en que podían tener sexo. Era lo que ambos necesitaban.

Amanda levantó una mano y le acarició la mejilla.

—Estoy cansada de ser sensata —le dijo—. No quiero pensar en mañana. Solo quiero esta noche. Contigo.

Él esperó uno o dos segundos más y luego le preguntó:

—¿Estás segura?

—De esto, sí —respondió sonriendo, abrazándolo por el cuello.

—Menos mal —murmuró Nathan, llevándola hasta la manta para tumbarla en ella.

Apartaron el vino y la nevera y después se arrancaron la ropa porque ambos necesitaban sentir la piel del otro.

Nathan la acarició desesperadamente, consciente de que era la mujer en la que llevaba años pensando. La mujer a la que había perdido y a la que jamás había podido olvidar.

Disfrutó mirándola, con el pelo extendido en la manta. Las piernas largas, suaves y bronceadas, los pechos firmes, generosos. Deseó agarrarlos con ambas manos y acariciarle los pezones hasta hacerla gemir y arquear la espalda, pero sacudió la cabeza y murmuró:

—Llevo pensando en esto desde el primer día que te vi en la cafetería.

Ella se echó a reír.

—¿El día que entraste enfadado, queriendo echarme del pueblo?

—Sí, pero, en realidad, deseaba más tenerte que echarte —le respondió él, inclinando la cabeza para probar primero un pecho, después el otro.

Ella dio un grito ahogado, suspiró.

Cuando Nathan dejó de acariciarla, lo miró a los ojos y le dijo:

—Pues has estado disimulando muy bien.

Él sonrió.

—No podía permitir que todo el pueblo supiese lo que pensaba. Bueno, en realidad, no quería que tú supieses lo que pensaba.

—Lo mismo me ocurría a mí —admitió ella, enterrando los dedos en su pelo.

A Nathan le ardía la sangre en las venas.

—Teníamos que haber hecho esto hace días.

—Sí —susurró Amanda, arqueando la espalda.

Él recorrió su cuerpo a besos, bajó por su pecho, pasó por el estómago y atravesó el abdomen. Amanda sabía a verano y olía como el campo en primavera. Nathan estaba rodeado por su sabor, por su olor, por sus caricias y, no obstante, no era suficiente. Le dolía todo el cuerpo de lo mucho que la necesitaba.



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