Enterrado en la memoria by Nicci French

Enterrado en la memoria by Nicci French

autor:Nicci French [French, Nicci]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1996-12-31T16:00:00+00:00


20

—¿Qué quiere hacer?

—Venir a la comida de Navidad con un equipo de televisión.

—Pero eso es ridículo. Para empezar, ¿qué equipo va a prestarse a trabajar ese día?

—El suyo, seguramente. Será como el mensaje de la Reina a todos los países de la Commonwealth.

—Jane, tú no habrás accedido, ¿verdad?

Kim jamás chillaba; ahora había soltado un chillido.

—Es que se trata de una cuestión complicada. Está claro que para Paul esto es muy importante, y ya le ha dedicado grandes esfuerzos, y supongo que he pensado que, si ya lo tenía tan avanzado, pues que no me costaba nada sumarme.

—¿De verdad estás diciendo que el día de Navidad van a llegar Paul y Erica, además de Rosie, claro, con unas cámaras grabando, y que te van a filmar preparando el pavo? Por Dios, Jane, tu padre también va a estar. Y Robert y Jerome. Y yo también, con Andreas.

—No van a pasarse ahí todo el día. Sólo van a captar unas pocas imágenes de la familia en Navidad. Se irán mucho antes de que comamos.

Me llegaron unos gorjeos desde el otro lado de la línea telefónica, y me di cuenta con alivio y con un sentimiento rayano en el júbilo que Kim se estaba riendo.

—¿Me ayudarás a soportarlo de la mejor manera posible?

—Pues claro. Pero ¿qué me pongo? Va a ser la primera vez que salga en la tele. ¿Qué es lo que estaba prohibido llevar, rayas o círculos?

—Aquí tienes. Un jerez seco, un pastelillo de carne picada.

El jerez presentaba un color amarillo claro, el pastelillo estaba caliente y picante. Me senté con cuidado en un sofá que parecía que acababan de traer, con los cojines ahuecados, de los grandes almacenes. Tuve la sensación de ser una desconocida, una cortés invitada.

—Qué bonito tienes esto.

La sala ofrecía un aspecto inmaculado, como si fuera una estancia a punto de ser fotografiada para un suplemento dominical. De las paredes color marfil colgaban seis grabados de pequeño tamaño. Una alfombra cuadrada ocupaba el centro exacto del parqué. A ambos lados del sofá nuevo había dos butacas también nuevas. En la mesita se veía un libro sobre iglesias normandas y un ejemplar de The Guardian, doblado. Un cactus lucía unas hermosas flores encima del viejo piano, recién abrillantado. En una esquina, sobre un ingenioso pie, se alzaba un árbol de Navidad con luces blancas. Desde el lugar donde me hallaba, sosteniendo delicadamente el jerez y el pastelillo, alcanzaba a ver una cocina tan impoluta que me pregunté si Claud habría llegado a prepararse algo en ella.

—Sí, me gusta. La he puesto a mi estilo.

Nos lanzamos unas sonrisas nerviosas desde ambos extremos del ordenado espacio. Me acordé del desorden de mi cocina: cuencos enormes de mandarinas blanduzcas, montones de facturas y cartas sin responder, listas que me había hecho y que no había vuelto a consultar, platos rotos que llevaba días queriendo arreglar, tarjetas navideñas que iba a colgar de un cordel debajo de los aleros aunque todavía no me había puesto a ello, un racimo de muérdago descartado



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