Endymion by John Keats

Endymion by John Keats

autor:John Keats [Keats, John]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1818-01-01T00:00:00+00:00


LIBRO III

Hay quien se enseñorea de sus compañeros[107]

con el oropel más victorioso y quien suelta

sus balantes vanidades a pastar en la verdura confortable

y el heno jugoso de los pastos humanos, o hay

—¡oh suceso mortificante!— quien a través

del guiño de un idiota verá a los zorros sueltos

chamuscar y abrasar nuestras áureas esperanzas,

nuestras espigas maduras. Sin un solo matiz

de esplendor de cosa sacra ni mirada capaz de afrontar

la de un búho[108], ellos aún están adornados

por las naciones de obnubilada mirada, con vestes

purpurinas y turbantes y coronas. Con los ánimos aliviados,

excepto de la irrupción del propio halago,

ascienden ellos con orgullo hasta la atalaya

de sus espíritus, hasta la altiva consideración de su ser,

de sus encumbradas nulidades, de sus cielos opacos,

de sus troncos, entre fieros, morbosos sones

de trompeta, gritos y batir de tambores, bruscos cañones. ¡Ah,

cómo zumba todo esto en unos oídos despiertos…!

Como tumulto pasado, ido… Como los nubarrones

que hablaron a Babilonia e impulsaron

a aquellos viejos caldeos a sus deberes. ¿Son entonces

reales todas las máscaras doradas? No; hay lugares del trono

inasequibles sino tras un paciente vuelo,

una constante dedicación o lo espiritual

que, liberado, puede hacer una escalera

de eterno viento y posarse en los nubosos pabellones

del trueno a escrutar el abismal nacer de los elementos.

Sí, que sobre el marchitamiento del sabio Destino,

mantienen mil virtudes un rango religioso

en el agua, reino fiero y confín aéreo y, silentes,

cual urna consagrada, celebran unas cósmicas sesiones

para cumplir una estación. ¡Y qué pocas

de esas distantes majestades —¡ah, qué pocas!—

han despojado de sus pasiones a este orbe, qué pocas!

Que con espléndido fasto revisten

nuestra porción de cielo, y cuya benevolencia

estrecha la mano de nuestra misma Ceres[109]

y colma todos los sentidos de una dulzura espiritual,

hasta su plenitud, así las abejas sus celdas,

por completo. Y, por la pugna entre la Nada y la Creación,

Apolo eterno, aquí juro que tu bella hermana es más gentil;

de todas éstas, la más poderosa. Cuando tu aliento

dorado se obscurece en el oeste, ella, sin ser vista,

se desliza hasta su trono y en él se sienta,

la más mansa y solitaria, como si no tuviera

a sus órdenes ningún boato; cual si tus ojos,

poeta eminente, no estuvieran pendientes de ella,

con las Musas en tu corazón; cual si las estrellas

servidoras mantuviéranse apartadas, a la espera

de mensajes de pies plateados. ¡Oh, Luna!

Las sombras más antiguas en los árboles más viejos

palpitan con fuerza si las penetran tus miradas.

¡Oh, Luna! Las viejas ramas balbucean un clamor

más sagrado mientras sienten tu aérea compañía.

Por doquier bendices tú con tus labios de plata,

que para vivir besan lo muerto. Las vacas,

dormidas, sueñan, bajo tu esplendor, divinas campiñas.

Innúmeras montañas se levantan y levantan,

y ambicionan que tus ojos las hagan sacras. Y no elude

tu bendición ningún escondite, ni el más mínimo lugar

al que poder hacer llegar tu delicia. El abadejo,

en su nido, tiene tu hermoso rostro ante su vista tranquila

y, desde su hondura, la hoja de yedra, guarecida,

recibe de ti tus ojeadas. Alivio eres

para la humilde, paciente ostra que duerme

en su casa de perla. Los abismos poderosos,

el mar monstruoso es tuyo, ¡el inmenso, innúmero mar!

¡Oh, Luna! El espumeante océano ante ti se inclina

y Telos siente el caótico peso de su frente[110].



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