En el corazón del corazón del país by William H. Gass

En el corazón del corazón del país by William H. Gass

autor:William H. Gass [Gass, William H.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1958-06-14T16:00:00+00:00


3

La señora Ruin agarra a Ames por el brazo, se lo retuerce, le cae una lluvia de golpes sobre la cabeza y el cuello. Logra zafarse y sale corriendo. Es lo que ella pretende. Permite su huida. Ahora que brotan las palabras entiendo que el silencio ha sido un dique. Señala con su brazo acusador la espalda del niño. Lo maldice. Lo sentencia. No puede entender su pereza, su ineptitud, su desobediencia, su estupidez, su desaliño, su suciedad, su fealdad; y la señora Ruin no solo incluye en su lista los defectos que encuentra en su actual comportamiento, sino todo lo que puede recordar desde que pendía de las manos del doctor y era demasiado torpe para llorar o lo hacía sin fuerzas o estaba demasiado rojo o demasiado arrugado o era demasiado pequeño o había nacido con un eczema en el pecho, una humillación terrible para su madre. Desde que nació no ha sido más que una deshonra, una deshonra todos y cada uno de los días en todas y cada una de las cosas que hace. La última palabra que se cierne sobre él cuando cierra la puerta: ¡Deshonra! Le hace entender mediante gritos dirigidos hacia las ventanas del piso de arriba que todavía vendrán más, que aún no ha terminado con él, el chico deshonroso e irrespetuoso, el niño deshonroso y maleducado; y en alguna que otra ocasión, aunque no en esta, si el niño está inusualmente contento, si está más rebelde de lo normal, sacará la cabeza por la ventana de la que doy por hecho que es su habitación, porque ahí es donde lo ha enviado, y hará burla a su madre, y una horrible pedorreta; ante la cual la señora Ruin se detendrá como fulminada por un rayo, tomará un poco de aire, hará una pausa monstruosa para gritar «¿Qué?» ante tamaña afrenta; y luego explotará de forma despectiva, llena de desprecio, «¡Tú!, ¡tú!, ¡tú!» apenas romperá a balbucear… Reúne al resto de los niños, si aún están por ahí, y unos minutos más tarde los aullidos de dolor y aflicción podrán oírse en toda la manzana.

Son estas ocasiones, creo, cuando los niños sufren de verdad. Los coscorrones, bofetadas y azotes que se llevan duelen, no hay duda, pero son breves. Son también, en cierto modo, rutinarios. Los golpes me recuerdan al repertorio del matón del colegio: los pellizcos, los empujones, los tirones de pelo, los repentinos puñetazos en el brazo, las inesperadas patadas en la espinilla, el codazo en la entrepierna. La maldad cotidiana se diluye en la vida, se funde con malicia en ella; se convierte en parte de nuestra sangre. En primer lugar, es un recipiente útil para la culpa. Contiene todo el odio. Nos aferramos a ello, la eterna y siempre válida excusa. Si no fuera por ello, ay, entonces, seríamos mejores, nos iría bien, seguiríamos adelante en la vida. Pero entonces un día nos es necesario, como si respirar hubiera sido terriblemente doloroso durante mucho tiempo, y cuando el dolor por fin remite, nos asfixiáramos, debido al miedo.



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